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Fundación Heritage

El cáncer que debemos extirpar

El único remedio completo es la total derogación de Obamacare. La responsabilidad definitiva recae en el pueblo americano, que es quien elige a sus líderes. EE UU necesita una verdadera reforma sanitaria que aumente el acceso a los servicios médicos

por el Dr. Edwin J. Feulner

Esta semana se cumplieron dos años desde la aprobación de Obamacare y la revuelta que se armó no sólo no ha amainado sino que se ha extendido e intensificado. La mayoría de los americanos ya han tomado su decisión, comprendiendo que hasta que no sea completamente eliminado, el cáncer que es Obamacare amenaza no sólo nuestro sistema de salud y nuestra economía sino también nuestras más fundamentales libertades y el autogobierno constitucional.

La próxima semana, la Corte Suprema oirá los argumentos sobre su constitucionalidad, trayendo de nuevo esta intolerable ley al primer plano de la opinión pública americana y recordando al país que el asunto de Obamacare no está para nada resuelto.

Nada de lo hecho por la administración ha convertido a esta ley en algo apetecible, más bien al contrario, y es probable que ninguno de los eventos de relaciones públicas que la Casa Blanca ha planeado para esta semana cambie las opiniones del pueblo.

Ni es probable que Obamacare sea resuelto por la Corte Suprema. Al igual que con cuestiones similares que crearon división en el pasado, esta cuestión será resuelta por el pueblo americano, que durante este infructuoso episodio señaló de forma alta y clara que quiere que la totalidad de esta monstruosidad sea derogada de una vez por todas.

En su corta vida de 24 meses, Obamacare no ha hecho nada salvo confirmar nuestros peores temores, siendo un señalado fracaso desde su mismísimo inicio.

Obamacare prometía hacer la asistencia médica más accesible y más barata sin incrementar los impuestos o el déficit. Si le gustaba su doctor, por supuesto que podía mantener su doctor. Nada se realizaría para hacer algo contra su voluntad. Todas estas promesas se han roto.

La intensificación de los regímenes reguladores de la ley y sus costos pesan gravemente sobre las empresas que impulsan nuestra economía, una de las razones por las que la creación de empleo ha sido tan anémica y la recuperación económica ha sido mediocre. Se espera que Obamacare fuerce a los americanos a pagar $99,000 millones más en impuestos y penalizaciones de los originalmente previstos. Las familias que ganan por encima de $250,000 se verán muy golpeadas con un más alto impuesto sobre la nómina por Medicare.

Y justo la semana pasada, la Oficina del Presupuesto del Congreso (CBO) estimaba que los costos originalmente fijados en $938,000 millones, ahora se han elevado hasta $1.76 billones. Los republicanos en el Congreso estiman que la cuenta será de $2.6 billones. La CBO también dice que al menos 20 millones de americanos podrían perder la cobertura de su proveedor de empleo a causa de Obamacare.

Volviendo la vista al mandato individual que obliga a todos los americanos a adquirir un seguro, este llevará rápidamente a una revuelta de una mayoría de los estados, que ahora están desafiando a la ley ante la Corte Suprema. La Fundación Heritage sopesó el asunto y presentó un escrito amicus curiae (es decir, por parte de un tercero) que urge a la Corte a que derogue la ley. Y es que si el gobierno puede regular la inactividad, entonces puede hacer cualquier cosa.

Según Obamacare avanza hacia su fase de implementación, estamos empezando a ver más claramente hacia donde está dirigida. Un mandato de mano dura para los servicios preventivos colisiona con la libertad religiosa al ordenar que todos los planes de seguros cubran los medicamente abortivos, de contracepción y de esterilización sin costo alguno para el asegurado. Los grupos religiosos que sirven al público tendrán que proporcionar tal cobertura a pesar de sus creencias religiosas y sus profundas objeciones morales. Aquellos que elijan no acatarlo afrontarán duras multas que desviarán recursos de su trabajo para servir a las personas pobres, ancianas y enfermas, si no les causa el abandono de dicho trabajo de forma total. Tal desprecio no sólo pisotea nuestras libertades básicas sino que también hace difícil que las instituciones religiosas continúen con su importante labor sirviendo a las comunidades por todo Estados Unidos.

Esto es sólo la punta del iceberg. Con cada nuevo requerimiento, Obamacare hará que los seguros sean más caros, reducirá la flexibilidad y la elección y restará libertad.

Dado este triste historial no es sorprendente que Obamacare haya sido un perjuicio político para sus defensores. Comenzando con las elecciones de gobernadores republicanos en Virginia y Nueva Jersey en noviembre de 2009, después la de Scott Brown en Massachusetts, precisamente ahí, dos meses después y culminando en las elecciones que marcaron un hito en noviembre de 2010, cuando la nación vio la victoria más arrolladora en siete décadas.

A día de hoy la legislación apenas merece una mención en los discursos presidenciales, habiéndose convertido el logro legislativo más emblemático del primer mandato del presidente Obama en un lastre que ha de arrastrar.

El pueblo americano tuvo el sentido común de comprender desde el principio que hay algo más en juego cuando más de 150 agencias federales, oficinas y comisiones tienen la autoridad para intervenir en algunas de las decisiones más personales y privadas de nuestras vidas.

Encuesta tras encuesta se demuestra que el pueblo americano no apoya a Obamacare. La razón es que ofende a nuestro apego, permanente y por principios, a la libertad y al autogobierno, yendo al corazón de la relación entre ciudadano y Estado.

El único remedio completo es la total derogación de Obamacare en todos sus aspectos. Como tantos otros, exhortamos a la Corte Suprema a rechazar la ley por fundamentos constitucionales. Pero el Congreso debe estar preparado para finalizar el trabajo. La responsabilidad definitiva, sin embargo, recae en el pueblo americano que es quien elige a sus líderes. Estados Unidos necesita una verdadera reforma sanitaria que aumente el acceso a la misma, construida sobre el firme fundamento del principio constitucional y el compromiso por la libertad que ha sostenido a esta nación desde su fundación.

Hace 65 años, en los días que siguieron a su noble victoria en la Segunda Guerra Mundial, el pueblo británico eligió no al héroe que los lideró, Winston Churchill, sino que sustituyó a su coalición por un Partido Laborista de corte socialista que rápidamente sacó adelante su ahora infame Sistema de Salud Nacional. No es una coincidencia que el gobierno británico anunciara un año después que ya no podía afrontar sus responsabilidades estratégicas mundiales en la posguerra, aparentemente resignado a un estatus en declive.

Ese no será nuestro destino. Los americanos no acatan las instrucciones de Washington. Por su buen carácter y dedicación a los principios de la libertad, los americanos nunca se resignarán a ser los pupilos de un estado burocrático donde todo esté sujeto al control gubernamental, al dictado de los regímenes reguladores y al antojo administrativo.

Obamacare es un cáncer. No debemos descansar hasta que nos libremos de él.

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