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Erdogan, la Alianza de Civilizaciones y la tolerancia

Es improbable que un diálogo sujeto a la censura y con un sesgo antiisraelí resulte productivo o fructífero.

La semana pasada, durante la celebración del Quinto Foro Global de la Alianza de Civilizaciones de la ONU, en Viena, el primer ministro turco, Recep Tayip Erdogan, afirmó:

Al igual que el sionismo, el antisemitismo y el fascismo, se hace inevitable que la islamofobia sea vista como un crimen contra la humanidad.

Mezclar el sionismo –término acuñado para referirse al movimiento de retorno del pueblo judío a su patria histórica y al establecimiento del Estado soberano de Israel– con el antisemitismo y el fascismo, y en consecuencia con el Holocausto, que tuvo como resultado el exterminio de 6 millones de judíos, es una manipulación de proporciones asombrosas.

De hecho, la afirmación de Erdogan vuelve a alimentar los recuerdos de uno de los momentos más vergonzosos en la historia de la ONU: la adopción de la Resolución 3379, que consideraba al sionismo "una forma de racismo y discriminación racial". Mientras se debatía, el representante permanente de Estados Unidos ante la ONU, el embajador Daniel Patrick Moynihan, hizo pública una denuncia inequívoca:

[EEUU] no reconoce, no acatará y nunca dará su beneplácito a este acto infame.

Estados Unidos luchó durante años para revocar la 3379, hasta que en 1991 consiguió sacar adelante la Resolución 46/86. Como dijo entonces el embajador John Bolton, "declarar racistas los fundamentos históricos y culturales de un Estado equivale a considerar a ese Estado un criminal internacional, pues el racismo es un delito tipificado en la Convención sobre el Genocidio y en otros instrumentos comúnmente aceptados por el derecho internacional".

El secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki Moon, estaba en el estrado junto a Erdogan cuando el turco hizo sus comentarios, pero no denunció sus palabras ni abandonó la sala. Y aunque el discurso de Erdoğan fue el pasado martes, la Administración Obama todavía no se ha pronunciado al respecto.

La despreciable naturaleza de los comentarios de Erdogan quedó remarcada por el marco en el que se pronunciaron. El ex secretario general de Naciones Unidas Kofi Annan estableció en 2005 la Alianza de Civilizaciones para

mejorar el entendimiento y las relaciones de cooperación entre las naciones y pueblos de todas las culturas y religiones, así como para ayudar a contrarrestar las fuerzas que alimentan la polarización y el extremismo.

La triste ironía es que la Alianza de Civilizaciones fue lanzada por los Gobiernos de España y Turquía. El primero estaba entonces en manos de José Luis Rodríguez Zapatero. ¿Y sabe usted en manos de quién estaba el segundo? Exacto, en las de Recep Tayip Erdogan.

Desde el principio ha habido motivos para cuestionar la utilidad y la finalidad de la Alianza de Civilizaciones. Sus recomendaciones para restringir la libertad de expresión con el fin de combatir la islamofobia no han hecho sino dar más fuerza a esas preocupaciones. Y ahora uno de sus fundadores ha atentado contra la propia finalidad de la misma al dar voz a sentimientos racistas e intolerantes en el acto de apertura del foro de este año.

Es improbable que un diálogo sujeto a la censura y con un sesgo antiisraelí resulte productivo o fructífero. Y Estados Unidos debería dejar claro que no respaldará una iniciativa tan errada.

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