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Fundación Heritage

Las vanas promesas de Kyoto

China en solitario fue responsable de dos tercios del crecimiento en emisiones globales de gases de efecto invernadero en 2007; se espera que su actual liderazgo sobre los EE.UU. en esas emisiones no haga sino aumentar.

La próxima semana los atletas más grandes del mundo visitarán Pekín para participar en los Juegos Olímpicos. Indudablemente marcarán nuevos récords en muchísimos deportes. Pero después de que las estrellas se vayan a casa, China (que ha reducido su producción industrial en un intento de descongestionar el aire antes de las Olimpiadas) volverá a fijar un dudoso récord de su propia cosecha: Es el emisor más grande de dióxido de carbono del planeta.

Las emisiones de CO2 de China aumentaron un 8% el año pasado después de dar un salto de más del 11% en cada uno de los años previos. Según un estudio holandés, China en solitario fue responsable de dos tercios del crecimiento en emisiones globales de gases de efecto invernadero en 2007; se espera que su actual liderazgo sobre los EE.UU. en esas emisiones no haga sino aumentar.

Contrastemos eso con el historial medioambiental de EE.UU. El Gobierno norteamericano estima que las emisiones de dióxido de carbono relacionadas con la energía apenas aumentaron un 1,6% en 2007 después de bajar un 1,5% el año anterior. El crecimiento de nuestras emisiones es menor que el de nuestro PIB, lo que quiere decir que nuestra economía ha mejorado al mismo tiempo que el crecimiento de nuestras emisiones se reducía.

Y lo estamos logrando sin ser parte del tratado de Kyoto. Ese acuerdo de 1997 exige que los 37 países que lo firmaron reduzcan radicalmente sus emisiones antes de 2012 en un 5.2% combinado por debajo de los niveles de 1990. Pero el tratado es un sueño imposible. La ONU informaba de que en vez de bajar, esas emisiones estaban alcanzando un récord de un aumento sin precedentes. Las emisiones de gases de efecto invernadero de los firmantes de Kyoto aumentaron el 2,6% entre 2000 y 2005.

Puede que firmar el Protocolo de Kyoto permita afirmar que uno es un buen "ciudadano global", pero muchos de esos ciudadanos no están cumpliendo sus promesas. La ONU señala que tres países firmantes, Austria, Nueva Zelandia y Canadá, han aumentado sus emisiones por encima de los niveles de 1990 (el 14%, 23% y 54% respectivamente).

De hecho, la ONU admite que la única forma de que el mundo pueda cumplir con el objetivo de Kyoto (una reducción del 5% para alcanzar el nivel de emisiones de 1990 antes de 2012) sería que las economías de muchos países de Europa del Este sufrieran un colapso a raíz de la caída del Telón de Acero. En otras palabras, sólo una recesión doméstica permitiría que el planeta alcanzara el objetivo de Kyoto.

También los legisladores entienden este punto. Recientemente el Senado norteamericano tomó en consideración el anteproyecto de ley Lieberman-Warner sobre el cambio climático que había puesto un límite a las emisiones de gases efecto invernadero, sobre todo el CO2 de la combustión de carbón, petróleo y gas natural. La ley habría decretado que en 1012 las emisiones se congelasen a los niveles de 2005 y que luego bajasen en picado. Exigía una poco razonable –y probablemente imposible– reducción del 70% antes de 2050.

Como el analista especializado en temas energéticos Ben Lieberman (sin relación alguna con el autor de la ley) apuntaba: "Es difícil pensar en cualquier actividad económica que no implique el uso de energía; no hay ninguna fuente de energía que no se vuelva más cara como consecuencia de la ley Lieberman-Warner." Un cálculo de los costes de la ley hecho por expertos de la Fundación Heritage demostraba que la legislación reduciría nuestro PIB en por lo menos 1,7 billones de dólares hasta el año 2030.

Matar una economía para, en el mejor de los casos, reducir la temperatura global 0,07 grados Celsius antes de 2050 (lo que promete Kyoto) no tiene sentido. El crecimiento económico ha sacado a millones de personas de la pobreza. Por eso los países en desarrollo, que incluyen a China e India, están luchando para aumentar sus tasas de crecimiento, no para bajarlas. Estados Unidos tampoco puede permitirse el lujo de cortar su crecimiento económico.

La ONU está presionando a todos los países para que aprueben un nuevo acuerdo de Kyoto. Se supone que ese pacto se debe firmar el próximo año en Dinamarca. Pero ¿para qué un nuevo Kyoto cuando el anterior es inútil?

En vez de hacer promesas vagas, debemos centrarnos en políticas probadas. Podemos reducir la contaminación generando crecimiento. Nadie quiere vivir en un planeta sucio, pero solamente los que disfrutan de un alto nivel de vida disponen del tiempo libre para preocuparse por el medio ambiente. También necesitamos construir más centrales nucleares para generar electricidad con nulas emisiones de CO2.

El mundo no necesita un nuevo Kyoto, un tratado que no logró nada pero que se lleva la medalla de oro en inutilidad e hipocresía. 

©2008 The Heritage Foundation

* Traducido por Miryam Lindberg

Edwin J. Feulner es el presidente de la Fundación Heritage.

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