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Lógica progre: Para ayudar a los niños, prohíban las vacaciones de verano

A la escuela. Todo el tiempo. ¿Por qué? No es justo que unos padres se puedan permitir unas vacaciones de verano para sus hijos más caras que otros.

Resulta absolutamente sorprendente lo que personas, por otro lado inteligentes, dicen una vez que adoptan la idea de que todos deberían tener exactamente las mismas oportunidades en todos los aspectos de la vida (es decir, la igualdad de oportunidades).

Por ejemplo, el año pasado el presidente francés, François Hollande, propuso prohibir las tareas escolares para "reinstaurar la igualdad". Al fin y al cabo, no es justo que algunos niños reciban ayuda de sus padres para sus tareas y otros no. Por tanto, a los niños se les debe negar cualquier oportunidad extra e inmerecida que sea el resultado de tener unos padres que disponen de tiempo para ayudarlos.

Para no ser menos, Matthew Yglesias, de Slate, ofrece una propuesta mucho menos divertida pero incluso más perjudicial con el objetivo de equiparar las oportunidades entre ricos y pobres: eliminar las vacaciones de verano.

Unas vacaciones, ya se sabe, "cuestan dinero, pero los padres adinerados están encantados de gastárselo en sus niños". Algunos niños se van al campamento de verano durante dos meses, mientras que otros se quedan en casa.

Puesto que "la existencia de las vacaciones de verano es una enorme barrera para la igualdad de oportunidades", Yglesias piensa que se deberían abolir y que se debería obligar a los niños a ir todo el año a la escuela.

Pensémoslo por un momento. Todos a la escuela. Todo el tiempo. ¿Por qué? Porque no es justo que unos padres se puedan permitir unas vacaciones de verano para sus hijos más caras que otros.

Parece que a Yglesias en ningún momento se le pasó por la cabeza que los niños, por ser niños, pueden pasar unos veranos maravillosos simplemente jugando con sus amigos en el barrio. Las maravillas de la infancia no están sólo accesibles para aquellos que van a costosos campamentos. Todos los niños pueden vivir fantásticas aventuras utilizando su imaginación (incluso con un tigre de peluche). Al negarles a los niños la alegría de las vacaciones de verano, la propuesta de Yglesias arruinaría por completo la infancia tanto de los niños ricos como de los pobres.

Es más, su lógica subyacente no admite el principio de limitación. Efectivamente, Yglesias está proponiendo prohibir cualquier actividad que (a) cueste dinero y (b) pueda beneficiar a largo plazo a quienes se pueden permitir participar en ella.

Pero ¿por qué limitarlo al verano? ¿No es injusto que algunos niños vayan a enriquecedores programas extraescolares, mientras que otros no se lo pueden permitir? ¿Y qué ocurre con los fines de semana? Piense en todas las injustas actividades de formación con que los padres ricos pueden llenar esos dos días… ¡los 52 fines de semana del año!

Evidentemente, hay una forma mejor de ayudar a los niños que no requiere obligarlos a estar en la escuela todo el tiempo. ¿Por qué no centrar la atención en la mejora de la calidad de la educación durante el actual curso escolar?

Por supuesto, Yglesias no le pondría objeciones a eso. Pero le preocupa que cualquier logro obtenido durante el curso escolar se evapore durante los indolentes meses de verano, esas úlceras infectadas de desigualdad que tanto provocan su ira.

En ningún momento se le ocurrió que incluso el más pobre de los padres puede sencillamente asignarles a sus hijos alguna tarea casera tradicional durante el verano.

En sus inspiradores comentarios durante el Desayuno de Oración Nacional en el mes de febrero, el Dr. Benjamin Carson contó la historia de cómo su madre, soltera y analfabeta pero preocupada por sus notas, lo obligaba a entregarle reseñas de libros por escrito. Por supuesto, ella no podía leerlas, pero su hijo no lo sabía en aquel momento.

Por supuesto, hablar de este modo es negar que los pobres son simplemente víctimas desafortunadas de las circunstancias económicas. Es afirmar que pueden hacer mucho por sus hijos (y por ellos mismos) sin la ayuda del Estado. Y es por eso precisamente por lo que nunca oirá hablar de este modo a quienes se las dan de benefactores altruistas de los pobres.

El poeta Auden llamó a esto la arrogancia del trabajador social: "Todos estamos en la tierra para ayudar a los demás; para qué están los demás en la tierra, no lo sé".

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