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Gabriel Calzada

El valor supremo de ZP

Resulta interesante constatar la contradictoria postura del gobierno en esta materia según se trate de una persona que desea incurrir en eutanasia y una persona que deja de alimentarse voluntariamente.

ZP, el señor Rodríguez o como demonios quieran ustedes llamar al inquilino de la Moncloa, ha salido al balcón de su torre de marfil para tratar de justificar la concesión de beneficios penitenciarios a un carnicero terrorista. La demencial decisión del Gobierno está auspiciando una verdadera rebelión cívica –a la que el Partido Popular ha anunciado que se sumará como participante activo– de tales proporciones que el ZP se ha visto obligado a explicarse al final de su discurso ante el Comité Federal del Partido Socialista.

En palabras del todavía presidente de España el argumento para tal despropósito consiste en que "nosotros creemos en el valor supremo de la vida y en el objetivo de que no haya más muertes por el terrorismo". Dudo que, a excepción de los terroristas y quienes sacan partido político de sus atentados, nadie desee más asesinatos por terrorismo. La cuestión reside en cómo conseguirlo, porque no creo que haya alguien tan ciego como para subordinar todos los demás valores a ese fin. La primera parte de la frase, en cambio, sí trata de dar una cobertura más directa al atropello del Gobierno. Y es que la vida resulta ser el valor supremo de quienes gobiernan este país. Así que es de esperar que todos los demás valores y derechos sean subordinados a la vida en las acciones legalmente lleve a cabo el Gobierno.

Sin embargo, resulta interesante constatar la contradictoria postura del gobierno en esta materia según se trate de una persona que desea incurrir en eutanasia y una persona que deja de alimentarse voluntariamente. Si los primeros deberían tener derecho a decidir cuándo acaban con su vida, ¿por qué no iban a tenerlo los carniceros? La única explicación coherente sería que al asesino no se le puede dejar morir porque tiene que restituir a las víctimas. Pero como la justicia descafeinada que padecemos ha olvidado a las víctimas y sólo se preocupa de reinsertar a los criminales o, como mucho, de defender un vago concepto de interés social, la explicación de ZP no cuadra.

Es más, aunque fuese cierto que ese sea el principio rector del gobierno, que ya vemos que no lo es, ¿de verdad alguien piensa que cualquier vida está por delante de otros valores como la justicia o la libertad de las personas? ¿Y qué pasa cuando una vida amenaza la vida de otra persona? Por ejemplo, ¿debemos considerar un valor supremo la vida de una persona que ha entrado en nuestra casa y está agrediendo a nuestra familia?

Además, si ordenáramos los valores de acuerdo con Zapatero, cualquier persona podría conseguir burlar la justicia amenazando con suicidarse y eso es, por cierto, lo que el sanguinario De Juana ha hecho. La ofensa a unas víctimas que no tienen otro derecho que ver como los criminales cumplen condenas de cárcel es mayúscula. Lo cierto es que la teoría ética de ZP tienes importantes complicaciones. En primer lugar, impide una efectiva defensa personal de –¿lo adivinan?– la vida de una persona inocente. En segundo lugar, condiciona la posibilidad de contar con una ética universal y de ejercer la justicia como la diosa romana Justitia hubiera hecho: con los ojos vendados, una balanza en una mano y una espada en la otra. El Gobierno le ha retirado a Justitia la balanza y la espada, y le ha hecho un agujero en la venda por el que se privilegia a compañeros de viaje como De Juana.

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