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Gabriel Calzada

La competencia en tela de juicio

la humillación que supone que un politicastro imponga las decisiones empresariales y su visión de cuál debe de ser el futuro de un producto a una empresa legal y enormemente exitosa

En marzo del año 2000 los máximos mandatarios europeos acordaron en la capital lusa convertir la UE en la zona más competitiva y más dinámica del planeta para el año 2010.
 
Sin embargo, tal y como desvela un informe extraordinariamente documentado del Instituto Bruno Leoni, desde entonces y hasta el día de hoy Mario Monti, comisario europeo de la competencia, y toda una legión de burócratas en Bruselas han trabajado a destajo en la dirección opuesta. Primero prohibieron un buen número de fusiones que, con toda seguridad, hubiesen traído enormes ventajas al consumidor y que, cuando ya era demasiado tarde para ponerlas en práctica, la justicia europea consideraría legales. En concreto, entre 1999 y 2001 Monti vetó ocho fusiones o absorciones (Airtours y First Choice, Volvo y Scania, Mci Worldcom y Sprint, GE y Honeywell, Schneider y Legrand, CVC y Lenzing y Tetra Laval y Sidel), un dato significativo si tenemos en cuenta que durante los diez años anteriores la MTF sólo había parado diez operaciones de este tipo. En vista de los continuos rechazos del tribunal europeo de primera instancia a los dictados de Monti en esta materia, el comisario italiano decidió pasar a la historia de los héroes intervencionistas condenando a la empresa más representativa de la innovación mercantil en el cambio de milenio. Así, siguiendo el liderazgo de este iluminado regulador, la comisión europea, instituida en juez y parte, condenó a Microsoft por "abuso de posición dominante".
 
La supuesta posición dominante consistía, según la particular perspectiva de la comisión, en el "cuasi-monopolio" que la empresa de Bill Gates detenta gracias al éxito de ventas de su sistema operativo, Microsoft Windows. El abuso, por su parte, se debía a tener un concepto de producto que conlleva vender conjuntamente elementos que podrían ser vendidos por separado. En concreto, Mario Monti opina que Windows debe venderse sin el software multimedia Media Player para que la competencia de dicho programa pueda competir con mayor facilidad frente a Microsoft. Imagínense que a la comisión se le ocurriese hacer lo mismo en otros mercados. ¿Se imaginan el caos que resultaría si la UE, fiel a los curiosos principios antimonopolio de Monti y compañía persiguiese a las marcas de ordenadores personales por traer una pantalla incorporada cuando en realidad no es esencial para el funcionamiento del ordenador, a las marcas de coches por venderlos con cristales propios o a las constructoras por entregar las viviendas con puertas construidas por carpinteros de la empresa en vez de dejar al consumidor comprar a la competencia?
 
Acorde con estos peligrosísimos delitos contra la competencia consistente en tratar de ofrecer al consumidor un producto completo, versátil, innovador y barato, la multa impuesta a la compañía norteamericana se estableció en 497 millones de euros, entregar a la competencia ciertos protocolos secretos de Windows para facilitar la interoperabilidad del software de terceros con Windows y, por último, ofrecer una versión europea descafeinada del sistema operativo sin la inclusión de Media Player. La gravedad de la pena impuesta no es tanto el perjuicio económico que infligiría a Microsoft por tratar de hacer lo que toda empresa debe esforzarse en hacer, competir y ganar el favor del máximo número de consumidores, sino por la humillación que supone que un politicastro imponga las decisiones empresariales y su visión de cuál debe de ser el futuro de un producto a una empresa legal y enormemente exitosa.
 
Como no podía ser menos, Microsoft ha recurrido la sentencia. La pasada semana Bo Vesterdorf, presidente de la Tribunal de primera instancia de la UE ha escuchado a las partes y ha prometido decidir en breve si deja en suspenso las sanciones hasta que el recurso del gigante informático llegue a término o si, por el contrario, confirma las sanciones impuestas por la comisión europea. Eso sí, antes de comprometerse a esa importante celeridad, Vesterdorf dejó caer la poca afinidad que el tribunal profesa al espurio concepto de competencia defendido por Monti. Y razones no le faltan.
 
En el mercado no existen cuasi-monopolios. La idea de cuasi-monopolio proviene del falso concepto que identifica monopolio con un sólo ofertante. Así, cuasi-monopolio correspondería a la situación en la que se encontraría la empresa que tenga una gran proporción de las ventas en un mercado, independientemente de si esa posición se ha logrado mediante el uso de la extorsión y la violencia o a través de la difícil tarea de acertar en prever lo que el consumidor considera que debe de incluir un producto como, por ejemplo, el sistema operativo. El monopolio no es una cuestión cuantitativa sino cualitativa. Hay monopolio si existen barreras de entrada constituidas por concesiones y restricciones gubernamentales y hay mercado libre competitivo -haya el número de empresas que haya- si todo el que quiera emular a otro productor puede hacerlo sin impedimentos.
 
El concepto de competencia perfecta neoclásico al que aluden quienes denuncian a Microsoft de posición cuasi-monopólica –políticos y empresas de la competencia que no han sabido ser competitivas- describe un fantasmagórico mundo en el que todos los productores fabrican el mismo producto, lo hacen utilizando las mismas técnicas y lo venden a un mismo precio. Es decir, un mundo sin emulación ni competencia real. El concepto neoclásico de competencia, es la mismísima descripción de una sociedad esclerotizada a base de usos gremiales y regulaciones gubernamentales en la que la competencia brilla por su ausencia.
 
Esta falaz idea de lo que es un mercado en competencia y de lo que es una situación monopólica, paraliza la innovación, premia al empresario ineficiente y perdedor, reduce la productividad, fomenta la subida de los precios de los bienes de consumo en cuestión y secuestra el papel soberano al consumidor relegándole al de siervo. Si la comisión europea se sale con la suya en el caso Microsoft, Europa estará más lejos del objetivo de Lisboa y los consumidores más cerca del concepto del perfecto mercado socialista caracterizado por colas kilométricas, baja calidad, estanterías vacías y precios por las nubes. Confiemos en que, por el bien de la competencia, el progreso y la innovación, el señor Vesterdorf vuelva a explicar a Monti, y a los que piensan como él, que no se puede defender la competencia aniquilando la competitividad.
 
 
Gabriel Calzada Álvarezes representante delCNEpara España

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