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Gabriel Calzada

Por la desaparición de la pobreza

Debemos defender una agenda radical para la desaparición de la pobreza cuyo fundamento debe ser un principio esencial: liberar a los pobres para que puedan convertirse en los protagonistas de su progreso.

Ayer sábado tuvo lugar el gran evento musical conocido como Live 8. Se trató de una serie de conciertos que pretendían la desaparición de la pobreza a través de presionar a los políticos del G8. Aunque el fin es loable, los medios están diseñados por personas que o bien son fabulosos ignorantes del funcionamiento de los procesos sociales o geniales hipócritas. Los organizadores rechazan constituirse como un colectivo dedicado a la ayuda o la caridad voluntaria y se esfuerzan en exigir justicia para acabar con la pobreza. ¿Pero qué entienden por justicia? Pues una serie de cambios en el comercio, la deuda y la ayuda al desarrollo que no pasan de ser una versión light de lo que lleva pregonando el movimiento antiglobalizador desde hace años.
 
Pero no voy repetir críticas de sobra conocidas a estas propuestas, sino destacar que los liberales no podemos limitarnos a esa crítica y asistir callados al drama que viven millones de seres humanos. Debemos defender una agenda radical para la desaparición de la pobreza, ese estado original del hombre en el que todavía viven una inmensa cantidad de seres humanos. Su fundamento debe ser un principio esencial: liberar a los pobres para que puedan convertirse en los protagonistas de su progreso. Y lo que sigue no es más que un incompleto repertorio de medidas urgentes para lograrlo.
 
1. Los gobiernos de los países pobres deben liberar a sus ciudadanos de modo que puedan intercambiar entre ellos todos aquellos productos o servicios que les plazca. Esto es lo que se conoce como liberalización de mercados. Al mismo tiempo sus derechos de propiedad y sus contratos deben ser reconocidos sin ningún tipo de trabas. De este modo los pobres podrán emprender las acciones tendentes a estar en disposición de satisfacer necesidades que vayan mucho más allá que las básicas.
 
2. Esos gobiernos deben permitir la salida de todo tipo de bienes y capitales que sus ciudadanos quieran intercambiar con personas de otros países. El comercio es la clave del enriquecimiento de cualquier familia, tribu o sociedad, así que exijamos a los gobiernos de esos países eliminar los miles de impedimentos al libre ejercicio del comercio exterior. Asimismo deben permitir la entrada de todo tipo de inversiones extranjeras, y la importación de cualquier mercancía que algún residente quiera traer a sus países.
 
3. Los estados e instituciones occidentales deben abolir inmediatamente todos los sistemas que agredan la propiedad y la libertad de los habitantes de los países pobres, como, por ejemplo, la Política Agraria Común (PAC), que enriquece injustamente a una pequeña cantidad de europeos a costa de millones de conciudadanos y, lo que es todavía peor, de millones de pobres en el tercer mundo. Reclamemos la eliminación de restricciones al comercio en los países ricos incluso si éstas no son correspondidas por los gobiernos de los países pobres porque éstos no son quienes para limitar los intercambios libres que sus ciudadanos quieran realizar.
 
4. Debemos acabar con la ayuda gubernamental al desarrollo. Esta supuesta ayuda distorsiona las economías pobres, las vuelve más dependientes, fomenta la corrupción y obliga a “desarrollar” por unas vías que no son necesariamente las que quieren o necesitan los afectados. Exijamos a los gobiernos que dejen de estorbar a quienes quieren ayudar con su patrimonio particular a superar la pobreza o paliar sus efectos.
 
5. Estrechamente relacionado con el punto anterior estaría eliminar las instituciones internacionales que se dedican a la gestión de las políticas de desarrollo en países pobres como PNUD o el Banco Mundial y transferir las pocas acciones legítimas que llevan a cabo a organismos privados de ayuda al desarrollo. Las instituciones que gastan dinero que no les ha sido cedido por sus dueños no disponen de los incentivos para utilizar adecuadamente esos fondos. Además, la mera existencia de esas organizaciones y de la ayuda pública al desarrollo desincentiva la ayuda directa de quienes han visto cómo se les quitaba coactivamente parte de su renta con el supuesto fin de eliminar la pobreza en el mundo.
 
6. Debemos acabar con las subvenciones a las mal llamadas ONGs. Exijamos que obtengan su financiación de forma totalmente voluntaria por parte de quien crea que realizan una buena labor. Una gran parte de estas organizaciones está tremendamente ideologizada y no pocas fomentan más pobreza de la que evitan. No permitamos que se las mantenga con el dinero que proviene de los impuestos.
 
Los individuos del mundo occidental tenemos el deber moral –si bien jamás deberíamos estar obligados legalmente- de ayudar o colaborar con las personas que se esfuerzan por salir de la miseria. Una forma de hacerlo es dando dinero o comerciando con los individuos y las empresas que desempeñan su tarea en los países pobres. Pero igual de importante es explicar alto y claro que ni los gobiernos ni las instituciones internacionales ni las ONGs tienen derecho alguno a impedir ese progreso y que sus políticas suelen ser los más vivos ejemplos de la hipocresía, la ignorancia y la ciega acción coactiva que día a días se traducen en la pobreza de millones de personas. Por cualquiera de estas vías podemos aportar nuestro importante grano de arena para que los pobres puedan convertirse en los principales protagonistas de su propio progreso. Sólo así desaparecerá la pobreza como fenómeno de masas.

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