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Gabriel Calzada

Trichet y el voto

Los Estados que incumplen con las medidas del pacto de estabilidad estarían viviendo a costa de del resto y poniendo en riesgo su estabilidad. Trichet propone que esos países no tengan poder de decisión sobre las políticas que se adopten en la UE.

El jueves Jean-Claude Trichet levantó un vendaval de críticas en el seno de la Unión Europea con sus declaraciones. El Consejo Europeo está a punto de presentar un informe con propuestas para reformar la gestión de la Unión Europea y uno de los aspectos que tratará será la gestión de la unión monetaria. Así que era lógico que el presidente del Banco Central Europeo se pronunciara sobre el asunto y diera su opinión. Lo que nadie esperaba es que fuera a irritar a los mandatarios europeos proponiendo restricciones al derecho a voto en la Unión Europea. Para Trichet el desmadre presupuestario de países como España ha sido tal que tenemos que pensar en el establecimiento de medidas drásticas si queremos evitar que se repita y termine afectando a la viabilidad del euro.

La idea que se le ha ocurrido al hombre que dirige el monopolio de la política monetaria en Europa es suspender temporalmente del derecho a voto de los países que incumplan el Pacto de Estabilidad y Crecimiento. La propuesta recuerda medidas muy similares presentadas en el siglo XIX por diversos pensadores. Lo que se planteaban los agudos autores decimonónicos era cuáles eran los límites que se debían establecer al poder que otorga la democracia. Algunos de ellos se fijaron en los clubs y propusieron que sólo podían votar quienes contribuyeran a financiar la cosa pública. De lo contrario, decían, correríamos el riesgo de que quienes no ponían nada usaran el poder del voto para expoliar al resto. Con el tiempo muchos de estos autores se dieron cuenta de que el problema era más bien sobre qué se podía votar y no tanto quién podía votar.

La versión trichetiana de aquellas ideas es reservar el derecho a voto en la Unión Europea a aquellos países que contribuyan con el cumplimiento de sus compromisos financieros y retirárselo a quienes los incumplan. En cierto sentido se trata de una adaptación a los Estados de lo que en su origen fue una regla para los individuos. Los Estados que incumplen con las medidas del pacto de estabilidad estarían viviendo a costa de del resto y poniendo en riesgo su estabilidad. Lo que propone Trichet es que al menos esos países no tengan poder de decisión sobre las políticas que se adopten en el seno de la Unión mientras sigan por ese camino.

Sin embargo, si bien la medida de Trichet podría suponer cierto desincentivo para el desarrollo de políticas manirrotas, no será un obstáculo para muchos políticos deseosos de seguir una política de pan y circo. La verdadera solución al problema era haber tenido una zona europea con competencia monetaria. Ahora que estamos en el barco del euro habrá que conformarse con tomarse más en serio el Pacto de Estabilidad. La anulación del voto podría ayudar pero lo que realmente funcionaría sería que Alemania se plantara y obligara al resto de países a introducir modificaciones en sus constituciones que obliguen al cumplimiento del Pacto y que permitan la intervención de los socios sobre su política económica en caso de incumplimiento. Si Trichet se sigue asustando quizá no tarde en proponerlo.

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