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Auge islamista

Esta guerra exige, sí, hombres como Petraeus y aviones no tripulados, pero requiere sobre todo una explicación a las sociedades occidentales. Necesita el planteamiento de una solución que no es otra que la de la expansión del modelo de democracia liberal.

El mundo, podría decirse, está en vilo ante las ambigüedades de Obama. La señal de retirada para este año de Irak y Afganistán está incentivando a los terroristas. No era, pues, la actitud occidental la que generaba la violencia islamista, sino la percepción de debilidad.

La teoría progre era clara: Bush fracasó. Su reacción engendró más terror. Las reivindicaciones extremistas eran legítimas, aunque mal planteadas. Nuestros excesos los habían radicalizado. No obstante, el republicano había mantenido a Estados Unidos a salvo. Así que bastaba con mantener sus medidas, ir preparando el regreso y cargar las tintas contra su retórica de cowboy. Por ejemplo, cambiando la terminología guerrera, la nueva era alumbraba las operaciones de contingencia exterior.

Este nuevo paradigma, lejos de tener éxito, ha minado los progresos precedentes. Al ser asesinado Salmán Tasir, el político paquistaní que recientemente protegió a la cristiana Asia Bibi contra la aplicación de la pena de muerte por blasfemia, la democracia y la libertad en Pakistán han perdido un baluarte.

Y llueve sobre el mojado de más contingencias. Porque, ¿quién mató a los coptos de Alejandría? Al Qaeda. ¿Quién cometió la masacre de noviembre contra cristianos en Bagdad? Al Qaeda en Irak. ¿Quién secuestra en las orillas del Mediterráneo? Al Qaeda en el Magreb Islámico. ¿Quién mató a Tasir? Al Qaeda. Sin embargo, Al Qaeda, y citamos a Panetta, jefe de la CIA, es un grupo de unos cincuenta extremistas en Pakistán, y quizá otros tantos en Yemen. Esto, gracias a años de combate. ¿Acaso el ejército más poderoso del mundo, ya sea disminuido por los recortes, no puede con esto? Yes, it can.

Es decir, las guerras de Obama no consisten en, según el repetido lenguaje inventado por algún lince del consejo de seguridad nacional, "desorganizar, desmantelar y derrotar a Al Qaeda", sino en enfrentarse al terrorismo islámico en todas sus facetas, que incluye desde los chiíes tarados de Teherán –sorprendentemente mantenidos a raya por el gusano informático Stuxnet– hasta los suníes radicalizados que, en feliz expresión del experto Angelo Codevila, "elegimos llamar Al Qaeda". 

La red de terroristas islamistas que completa este panorama y que implica no sólo a los talibán afganos, sino a los fanáticos que se detienen día sí y día también en Estocolmo o Barcelona, responde a una ideología criminal –el radicalismo islámico– contra la que debe dirigirse el combate de nuestro tiempo, como antaño se hizo contra el comunismo.

Esta guerra exige, sí, hombres como Petraeus y aviones no tripulados, pero requiere sobre todo una explicación a las sociedades occidentales. Necesita el planteamiento de una solución que no es otra que la de la expansión del modelo de democracia liberal que Fukuyama identificaba con el fin de la historia, y que, por lo visto, sólo podrá tener lugar en cuanto se haya dilucidado este choque de civilizaciones que anunció Bernard Lewis y por el que cobró fama Huntington.

Tasir se oponía a la pena de muerte por ofender al islam. La blasfemia que más dificulta las cosas es la indecisión occidental. No matan más por que se escandalicen más: no matan más porque no pueden. Tras la hoja de higuera de la prudencia, lo único que esconde la teoría progre es el miedo a enfrentarse a la guerra entre la tiranía y la opresión de nuestros días.

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