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Chavismo y elecciones

Chávez nunca competía para perder y la comunidad internacional se lo dio siempre por bueno.

Chávez nunca competía para perder y la comunidad internacional se lo dio siempre por bueno, porque el desaforado pero astuto caudillo tuvo siempre la sensatez de no ganar por esos ridículamente enormes márgenes que los regímenes dictatoriales de toda laya consideran indispensables. Se reconoce, eso sí, que las elecciones no eran propiamente libres, que las campañas estaban plagadas de irregularidades y sometidas a múltiples restricciones para los opositores. Milagro sería que eso no se tradujese en una colección de amaños que ni siquiera necesitan una organización central, lo cual no significa que el comandante no haya llegado al corazón y la cabeza de muchos, pero en las condiciones en que se realizan los comicios nunca podemos estar seguros de cuántos.

Los herederos no van a ser menos, y la victoria de Maduro se da por descontada. El sistema electoral está ya suficientemente viciado como para que los mandamases necesiten apretar las tuercas todavía más. Sin embargo, las denuncias de Capriles han sido numerosas; muchas se refieren a hechos públicos palmariamente contradictorios con la ley. Es bien sabido que el organismo que contrala las elecciones es un fiel instrumento más del partido gobernante. Como todas las revoluciones, la bolivariana se justifica por sí misma. Los formalismos democráticos están subordinados a una legitimidad superior.

Lo que deprimió a la oposición en las elecciones del pasado 7 de octubre no fue sólo que las perdió por 11 puntos porcentuales, sino que su candidato, Capriles, que había hecho numerosas denuncias de abusos chavistas durante la campaña, al final se plegó mansamente a los resultados oficiales. Ahora dice ser, nada menos, que otra persona, que defenderá cada voto. Esta es una de las incógnitas que pende sobre la consulta de este domingo. Al inicio de la cortísima campaña, de sólo diez días, que favorece a un poder que domina los medios y para el que el funeral del líder fue un alarde propagandístico, las encuestas daban a Maduro una ventaja del 10%, que se ha ido acortando hasta llegar a un punto peligroso. Las movilizaciones en ambos bandos han sido las mayores de su género en la historia del país, reflejo de uno de los logros más espeluznantes del chavismo, la extrema polarización de la sociedad. Otro macabro logro del régimen, que por primera vez ha salido a la palestra desde el lado gubernamental, ha sido la enorme criminalidad, que, por encima del acentuado declinar económico, constituye la primera preocupación de los venezolanos: una media de 44 asesinatos diarios en el 2012, con un Ejecutivo que monopoliza todos los resortes del poder y que pretende haber realizado una avanzadísima política social.  

Es imposible saber qué es lo que ha carcomido la ventaja de Maduro. Algunos de los hechos citados habrán desempeñado su papel. Su grotesca sacralización de Chávez puede que haya sido contraproducente y haya puesto de manifiesto las limitaciones de su liderazgo. Si no le bastan los abusos de la campaña tendría que recurrir a pucherazos quizá demasiado obvios. El futuro de Venezuela es incierto no ya a corto plazo: a cortísimo.

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