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Con Obama llegó el escándalo

Obama ocultó Bengasi porque su política exterior se funda en la evaporación del enemigo.

Obama ocultó Bengasi porque su política exterior se funda en la evaporación del enemigo.

Ante la creciente curiosidad por la mentira sobre el atentado de Bengasi, la profesional Administración Obama decidió desvelar que inspeccionó digitalmente a oponentes políticos y espió a periodistas. Parece razonable dispersar la atención de la opinión pública, antes que permitir que se concentre.

La ocultación de lo sucedido el 11 de septiembre pasado en Bengasi es inequívoca. Es imposible saber hoy si, de haber recibido la ayuda solicitada, el accidental responsable diplomático allá, Greg Hicks, hubiera salvado a alguno de los americanos que murieron defendiendo el búnker de la CIA. Lo indudable es que, tras los hechos y tras el certero análisis de la CIA, entre el Departamento de Estado (Hillary) y la Casa Blanca (Obama) borraron del recuento de los hechos que iba a hacerse público las referencias a un atentado islamista. Las reemplazaron por una manifestación espontánea generada por un vídeo ofensivo para el Islam. Hillary llevó la mentira hasta la desfachatez en el responso por los caídos, al asegurar a las familias congregadas que perseguiría al autor del vídeo.

Obama ocultó Bengasi porque su política exterior se funda en la evaporación del enemigo. Vendió, y lo hizo con descaro en la presentación de su candidatura unos días antes de Bengasi, la conclusión de la guerra antiterrorista por la retirada de tropas y la liquidación de Ben Laden. Pero, dejando aparte la posible participación de Al Qaeda en el Cáucaso en el atentado del maratón de Boston, esa teoría es falaz. Al Qaeda florece con apellidos desde el Magreb a Yemen, pasando por Mali o Siria. Que el islamismo radical es el mayor peligro para la integridad de una infinidad de países, incluido Estados Unidos, es evidente. El estado de emergencia declarado por Nigeria ante las salvajes matanzas de Boko Haram es solo la última prueba.

Lo que nos lleva al segundo escándalo, la investigación de los teléfonos de Associated Press. Obama lo excusa precisamente en exigencias de seguridad nacional. Se trata, alega, de conocer al topo que filtró a periodistas las acciones del Pentágono en Yemen. Son simples: matar terroristas islámicos cuando no puede la CIA sola. No hacen falta gargantas profundas para saberlo. ¿Cree Obama que puede esconder la guerra contra el terrorismo islámico porque no la combaten ejércitos convencionales, sino expertos en pilotaje virtual de drones y agentes de operaciones especiales?

Por fin, el escándalo concluyente: los sabuesos de la Hacienda americana se han convertido en agentes políticos de Obama dedicados a perseguir al Tea Party. Uno de los criterios para inspeccionar a estas asociaciones patrióticas era que declarasen pretender hacer de América un lugar mejor para vivir. Nada describe como este dato la actitud de Obama. Dedicado a erosionar las costumbres sociales y políticas de la primera democracia del mundo, o sea, a hacer de América un lugar peor para vivir, compromete no solo la riqueza y la seguridad de los Estados Unidos, sino la de sus aliados, huérfanos de líder. El radicalismo no sale gratis.

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