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Crisis para perplejos

Intervención del Estado la hubo. En cuanto a normas y controles, el registro federal de reglamentos alcanzaba el pasado año 73 mil apretadas páginas, diez mil más que veinte años atrás. Eso en cuanto a las denostadas "desregularizaciones".

Contra insistencia, persistencia. Ellos siguen con lo de que la crisis es el fracaso del capitalismo que acude de rodillas y cubierto de sayal a implorar su salvación a la modélica socialdemocracia europea, que cuenta con uno de sus máximos pontífices en el gran sabio Zapatero: quien ahora tiene que solucionar, con su hermano de raza ideológica Obama y el converso Sarkozy, los desaguisados del liberalismo salvaje de Bush y demoníacos patronos, la Thatcher y Reagan.

Toca ser iguales de plastas recordando hechos crudos y duros como que el liberalismo salvaje nunca ha existido más que en las pesadillas de un reprimido socialismo feroz; que lo verdaderamente salvaje ha sido la resistencia a la extensión de la libertad económica que a pesar de sus enormes éxitos nunca ha conseguido franquear plenamente los numerosos muros de contención que una vez tras otra han levantado los intereses particulares y las políticas del entero abanico ideológico; que sobre la economía pesan infinidad de reglamentaciones y controles y que la crisis ha estallado en el sector más regulado y controlado en todas partes y precisamente en el punto en el que el Estado americano ha intervenido más directamente para tergiversar el normal funcionamiento del mercado (sobre todo por parte de la izquierda del tipo que ahora podremos llamar obamista, si bien las administraciones republicanas no enderezaron esos entuertos).

Si aceptamos el supuesto de que la madre del cordero, única y exclusiva, ha sido las malas hipotecas –y ya es mucho suponer–, la pregunta que salta a la mente, a pesar de todas las explicacioncillas, es ¿habrá algún banquero tan estúpido que conceda hipotecas, sean cuales sean las expectativas manifiestamente alcistas del mercado, a un insolvente absoluto, como se nos afirma –ni ingresos, ni trabajo, ni propiedades–, que no va a poder pagar ni el primer plazo? Si de lo que se trata es de ejecutar la hipoteca y quitarle la propiedad adquirida, en continua revalorización, ¿no hubiera sido más sencillo y lucrativo comprar directamente la casa para especular con ella? Pero sabemos positivamente que fueron forzados a hacerlo por grupos izquierdistas con los que el presidente electo estuvo estrechamente vinculado, al tiempo que el Gobierno, por diversos mecanismos, garantizaba esas insolvencias tan claramente anunciadas. Eso explica también que los paquetes de hipotecas fueran tan fácilmente vendidos y revendidos sin que los compradores se preocupasen de ojear la mercancía.

Intervención del Estado la hubo y francamente perversa. Desde sus orígenes por parte de la izquierda no menos –si no más bien más– que de la derecha. En cuanto a normas y controles, el registro federal de reglamentos alcanzaba el pasado año 73 mil apretadas páginas, diez mil más que veinte años atrás. Eso en cuanto a las denostadas "desregularizaciones".

Tras mucho zascandileo Zapatero ha entrado en la reunión del G-20 gateando por debajo de las mesas, para consumir sus ocho minutos soñados, pidiendo como solución más de lo mismo que ha causado el mal. Control, mucho control, para que quienes manden puedan meter los diez dedos, quizás los veinte, en el pastel, con el profundo agradecimiento de sus socios, los grandes capitalistas, que en un sistema de auténtico liberalismo de competencia, incluso amansado, habrían tenido que pagar sus errores. Los votos también requieren financiación. Suele llamarse gastos sociales. Eso sí, que les bajen la paga. Demagogia que no falte, aún a costa del pintoresquismo.

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