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De nuevo, la “ambigüedad calculada”

Constituidas ya las Cortes, se acerca el momento en que el Rey encargue a Rodríguez Zapatero la formación de un nuevo Gobierno. El Partido Socialista recuperará el poder perdido hace ocho años pero con un dirigente nuevo y sin experiencia. Si los nombres de los futuros ministros son por todos conocidos, las políticas que ejecutarán continúan siendo una incógnita para nosotros y, muy probablemente, para algunos de ellos.
 
En el campo de la política exterior, el Programa Electoral es escasamente iluminador. Tópicos, más el compromiso de sacar las tropas de Iraq si no se cumplen determinadas condiciones. Sabemos lo que dijeron durante los años de oposición y conocemos bien sus sentimientos, sus prejuicios y sus deseos. El reciente artículo de Alberto Recarte en estas páginas recoge bien este trasfondo ideológico. Por muchas veces que repitan que no son antinorteamericanos, sino severos críticos de la Administración Bush, tenemos sobradas pruebas de que sí lo son, de que rechazan el papel de Estados Unidos en el mundo, con Clinton, con Bush o con Kerry.
 
Pero la historia reciente del Partido Socialista nos enseña algunas cosas que no debemos olvidar. A diferencia del Partido Popular –una clásica formación de notables con muy escasos cuadros, un partido que se nutre de personas que tienen resuelta su vida laboral– el Partido Socialista es una máquina que da de comer a mucha gente. Para ellos la ocupación del poder tiene un sentido muy distinto que para los liberal-conservadores. Esta dependencia o necesidad les infunde un sentido de la realidad que a menudo se impone a sus poderosos prejuicios ideológicos.
 
En 1982, González no dudó en radicalizar a la opinión –¿quizás deberíamos decir “crispar”?– en torno a la cuestión del ingreso de España en la OTAN, para movilizar votantes y ganar las elecciones. Llegados al poder, olvidaron sus compromisos, se siguió dentro de la OTAN y se acabó sorprendiendo a la Embajada de EE.UU, cuando se ofreció el uso de aeropuertos españoles para el apoyo al despliegue en Irak. No hubo propiamente un cambio de actitud, sino un ejercicio de demagogia y oportunismo.
 
La sociedad española estuvo entretenida durante años en un ejercicio de metafísica sobre si España estaba o no dentro de la estructura militar de la OTAN, si cedíamos el mando o el control de nuestras unidades a las autoridades de la Alianza. Parecía que estábamos doblegando a los norteamericanos, cuando se trataba de hallar un escape a los compromisos electorales. Como aquel ejemplo encontramos muchos otros en la diplomacia socialista que se caracterizó, en palabras de González, por practicar “la ambigüedad calculada”. Se trataba de contentar a unos con la retórica y con algunos gestos –la OTAN, el levantamiento de la base de Rota– y a los otros con más de lo mismo –comprensión al despliegue de los misiles Pershing y Cruise, defensa de la libertad en Nueva York.
 
Los primeros pasos de Rodríguez Zapatero apuntaban a una continuidad en la línea de radicalismo mantenida este último año. Sin embargo, parece estar plegándose a las presiones de González y Polanco para asumir una línea más pragmática. Ni a los intereses empresariales de PRISA ni a la máquina de poder del Partido Socialista les interesa demasiado atarse a un discurso radical, porque una cosa es ganar elecciones y otra bien distinta gobernar. Como González gusta de repetir, se hace oposición desde Ferraz pero se gobierna desde Moncloa. Las primeras muestras de pragmatismo llegaron con la defenestración de Sebastián y el encumbramiento de Solbes como vicepresidente para Asuntos Económicos y con las presiones ejercidas a Solana para que aceptara la cartera de Exteriores. Es conocido que Moratinos no goza de gran predicamento en Prisa y que González no le ve en el puesto. Su reciente artículo en el Wall Street Journal justifica los citados prejuicios. No sólo es un texto que Solana jamás firmaría es, además, un gravísimo error. Tantos años en Oriente Medio le han hecho olvidar que la mentira se valora de muy distinta manera a las orillas del Potomac. Con sus argumentos ha confirmado los peores augurios, la imagen que González quería evitar incorporando a Solana.
 
Gonzáles ganó las elecciones del 82 gracias al voto radical, incumplió sus promesas electorales, pero supo robar a la derecha el voto de centro, que es el que aporta estabilidad a un partido en el poder. Para Polanco y González ésta debe ser la estrategia a seguir, supeditando compromisos, prejuicios y lo que haga falta ¿De qué valen las ideas si no se dispone del BOE? Si esta posición se impone, como es previsible, volveremos al doble lenguaje, a decir una cosa y hacer otra, a amenazar con la retirada mientras Bono trata de tender puentes discretamente con Rumsfeld. No tienen un programa para transformar la sociedad sino una política para conservar el poder.
 
El Partido Popular trata de superar la conmoción que le ha producido una acelerada sucesión de hechos y un espectacular ejercicio de cómo el Partido Socialista entiende la confrontación política. Como no reaccione a tiempo el siguiente susto será la pérdida de una importante bolsa de electores seducidos por la ambigua palabrería del futuro gobierno. No sólo no tienen escrúpulos a la hora de afrontar una campaña electoral, tampoco habrá remilgos cuando llegue el momento de presentar sus propias políticas.
 
GEES: Grupo de Estudios Estratégicos.
 

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