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Democracia y cristianismo

La izquierda no busca ni respetar la multiculturalidad ni aumentar la libertad religiosa. Baste como prueba el hecho de que apoya a aquellos regímenes que persiguen por motivos religiosos. Lo que busca es combatir al catolicismo y al cristianismo.

La última ofensiva cristófoba del establishment político del tripartito catalán –al que pertenece el Consejo Escolar de Cataluña–, lejos de ser un despropósito puntual, es síntoma de algo mucho más grave y preocupante para el futuro de la sociedad abierta en nuestras sociedades. Primero, porque profundiza en la degeneración de los derechos de los catalanes, que dentro del proceso general de involución democrática en que viven, se recortan cada día más. Segundo, porque Cataluña es el laboratorio políticode la izquierda para España, y las medidas impuestas por la clase política catalana se extienden al final al resto del país. Tercero, porque este proceso de destrucción cultural se da, aunque de forma menos zafia y directa, también en el resto de Europa.

No nos engañemos: la izquierda no busca ni respetar la multiculturalidad ni aumentar la libertad religiosa. Baste como prueba el hecho de que apoya a aquellos regímenes que persiguen por motivos religiosos. Lo que busca es combatir al catolicismo y al cristianismo, por considerarlos –y con razón– los fundamentos del orden social y político occidental. Desde hace un tiempo, la clase política se dedica a perseguir al cristianismo de la vida pública europea y española, y si para eso tiene que igualarlo con religiones y creencias extrañas a los europeos y contrarias a sus valores, lo hace. En Cataluña, el tripartito prefiere una Cataluña islámica a una Cataluña cristiana unida al resto de España. Por eso ataca a la segunda e impulsa la primera. Antes islámicos que españoles.

Este proceso, en Cataluña y en el resto de España, es antidemocrático: primero lo es porque se trata de cambiar desde el poder, a golpe de martillo, las costumbres que millones de personas, que generación en generación, han mantenido durante siglos. Además de poner de manifiesto la irresponsabilidad de quienes quieren cambiar miles de años de costumbres –que se dice pronto– en unos años de gobierno, señala de qué pasta está hecha nuestra clase política; de su mesianismo, de su brutal determinación de cambiar la sociedad de sus padres y abuelos para sustituirla por cualquier cosa. Y es que a este paso, la sociedad de nuestros hijos será radical y absolutamente distinta de la de nuestros abuelos. ¿Quién está dispuesto a afrontar de la mano de estos políticos nuestros un salto al vacío que sólo puede desembocar en un Estado frío, burocrático y omnipresente o en un despotismo islámico insoportable? A eso nos llevan.

Segundo, es antidemocrático porque es falso, y además es mentira, que a nuestras sociedades les de igual una religión que otra, y apoyen la progresiva descristianización del continente. Dime de que presumes y te diré de qué careces: en eso queda la apología izquierdista de la democracia. En este tipo de asuntos legislan brutalmente desde el poder, mediante hechos consumados, importándoles poco el sentir de la sociedad a la que dicen representar. Y eso que éste es clarísimo: el estudio del CIS de julio de 2009 refleja que el 76% de los españoles se considera católico: baste recordar que la participación en las últimas elecciones generales fue del 73,8 %, esto es, menor. Tiene suerte la clase política –la izquierdista por cristófoba, y la derecha por desideologizada– de que los votantes católicos crean en la separación Iglesia-Estado más que ellos, porque lo cierto es que el partido de los católicos es el mayoritario entre los españoles.

El caso de las fiestas de Navidad y Semana Santa en Cataluña es sólo uno más. Es verdad que el caso catalán es particular, porque aquí el nacionalismo, para romper con España, prefiere un Califato catalán a una Comunidad Autónoma española, y camino de conseguirlo va. Pero más allá de ello, estamos dejando a la clase política vaciar nuestras sociedades occidentales de sus creencias y valores tradicionales, aquellos que nos han permitido llegar a donde estamos: unas sociedades modernas, colmadas de bienestar y donde la libertad es mayor que nunca. Esto lo están echando a perder cada día una izquierda involucionista y una derecha condescendiente y despistada. ¿Hay aún europeos y españoles de bien capaces de ver las consecuencias de una política cultural suicida para Europa y España? Sin duda, y el éxito de la manifestación contra el aborto de la semana pasada deja lugar para la esperanza. Pese a no estar representados por la clase política, millones de españoles no se resignan a perder su pasado, su tradición, las creencias y valores de sus padres y abuelos. Estos millones constituyen una fuerza social formidable, que ya ha mostrado más de una vez de lo que es capaz. Esperemos ahora que su capacidad aumente a partir de ahora, porque con sus creencias se pone en juego la democracia.

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