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El alcance de un voto

Aunque para regocijo de antiamericanos siga sin verse el final de la tragedia iraquí, los ganstero-fascistas y los islamo-fascistas han perdido una nueva batalla

Los iraquíes han votado una constitución imperfecta, elaborada en un proceso con bastantes irregularidades y lo han hecho en casi las peores condiciones que cualquiera desearía para su propio ejercicio de los derechos y deberes democráticos. La participación no ha sido la ideal, pero si lo bastante aceptable para cualquier estándar y el voto aprobatorio parece haber sido sobradamente amplio. Dadas las extraordinariamente adversas circunstancias, de ahora y de generaciones atrás, un resultado magnífico.
 
Lo han hecho sin que los ocho meses y medio transcurridos desde el pasado 30 de enero en que muchos se jugaron la vida, y varias decenas la perdieron, para elegir una asamblea constituyente, hayan cambiado en nada la voluntad y la práctica asesina de los fascistas laicos y religiosos procedentes de la minoría suní que todos los días matan a sus conciudadanos de veinte en veinte o treinta en treinta y lo han hecho a sabiendas de que sea cual sea la voluntad popular, la de aquellos seguirá fija en la masacre diaria como instrumento para imponer la tiranía gansteril de los sadamistas locales o el despotismo teocrático de los yihadistas de todo el orbe islámico.
 
Aunque para regocijo de antiamericanos siga sin verse el final de la tragedia iraquí, los ganstero-fascistas y los islamo-fascistas han perdido una nueva batalla. Seguirán adelante animados por el apoyo pasivo las más de las veces y alguna que otra activo pero siempre eficaz que les presta buena parte de la comunidad internacional que se entretiene en hacer antihegemonismo con la sangre de los iraquíes, jugando con el fuego del megaterrorismo, de la guerra civil, del conflicto regional, del expansionismo iraní, y por si todo ello fuera poco escalofriante, con el abrasador incendio de la proliferación de armas nucleares en manos de regímenes granujas. De todos esos males intuidos se acusa preventivamente a quienes quieren arreglarlos precisamente por querer hacerlo, puesto que si lo consiguen verán su poder incrementado para reconcomer de la envidia universal. La enjundiosa teoría afirma que todo sería una balsa de aceite si los americanos dejaran de incordiar.
 
Si uno no está dispuesto a pagar el precio de la adquisición de la propia potencia con tesoro público, vidas de voluntarios, sudores de tinta y un sistema que asume todos los incómodos riesgos de la libertad, también la económica, por supuesto, habrá que convencerse de que quienes sí lo hacen son imperialistas que no aspiran más que a subyugarnos, con amnesia total respecto a tres guerras mundiales, la cuarta en curso y las que puedan venir detrás. Lo hará revolviéndose contra la oscura y nada vergonzosa pero para ellos muy vergonzante esperanza que abrigan muy en el fondo de su cerebro de que con todo al gigante americano, debilitado por las innumerables trampas que se le ponen en el camino, le restarán fuerzas suficientes para sacarnos una vez más las castañas del fuego si las cosas se ponen verdaderamente feas. Si en el esfuerzo quedara extenuado, mejor que mejor.

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