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El cinismo sobre Afganistán

La deslegitimización de Karzai, justa o no, motivada o no, suponía imponer un grave riesgo para la viabilidad de Afganistán. Quien mejor podría aprovechar la situación no eran las fuerzas verdaderamente demócratas, sino los talibán.

Es una patente paradoja: todos aquellos que denigraron la agenda de la libertad y la extensión de la democracia en los años Bush/Blair/Aznar se han transformado de la noche a la mañana en los más ardiente defensores de la transparencia y democracia en el mundo. No ha habido líder que se precie en activo que no haya criticado las pasadas elecciones en Afganistán y denunciado, por intolerable, el fraude electoral que, en teoría, le habría dado la mayoría al actual presidente Amir Karzai. Tan repugnante les habría resultado el desmán, que se forzó la convocatoria de una segunda vuelta para dirimir las diferencias.

Ahora que Abdullah Abdullah, en quien la llamada comunidad internacional parecía poner sus esperanzas como recambio a Karzai, ha renunciado a la segunda vuelta, todo son honores para el Gobierno en Kabul. Karzai es de nuevo aceptable.

¿Tiene todo esto algún sentido? Defender la democracia y la transparencia electoral es una obligación, pero ni siquiera los neocons más aguerridos quisieron en su día celebrar elecciones en lugares donde la sociedad no está preparada para ello. La democracia es mucho más que un voto, por muy importante que sea éste. Si, además, ocurre que el país está en guerra y que la insurgencia celebra ejecuciones ejemplares para intimidar a los posible votantes, celebrar elecciones no es ya de por sí un problema administrativo o político, es un problema vital para muchos afganos. No tenerlo presente es caer en la más burda de las inmoralidades.

Mucho nos tememos que la petición de la frustrada segunda vuelta poco tenía que ver con el deseo de limpieza y sí mucho con la indecisión sobre qué hacer por parte del actual inquilino de la Casa Blanca, Barack Obama. Y también, claro está, con las ganas de los europeos de salir cuanto antes del avispero afgano. Si al fin y al cabo, allí se está para la democracia y ésta es pervertida por el propio Gobierno, mejor dedicarse a otra cosa y salir de allí pitando.

Pero insistimos, la deslegitimización de Karzai, justa o no, motivada o no, suponía imponer un grave riesgo para la viabilidad de Afganistán. Quien mejor podría aprovechar la situación no eran las fuerzas verdaderamente demócratas, sino los talibán.

¿Y ahora qué? Una vez que no hay recambio posible a Karzai, ¿qué dirán estos demócratas de última hora? ¿Que más vale un mal menor? ¿Y el daño inflingido al Gobierno de Kabul? ¿Es o no es importante la transparencia electoral hoy? Lo era hasta ayer al menos. Jugar a exportadores de la democracia sin creerlo de verdad y en plena guerra es más peligroso que jugar con fuego. ¿Qué pensará Karzai de nuestros avispados líderes?

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