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El destino de Afganistán

Ni Obama, ni Zapatero, ni Chacón se plantean ganar a la insurgencia y defender para Afganistán lo único defendible: un sistema abierto y democrático.

El destino de Afganistán básicamente reside en los propios afganos. Pero eso no quita que fuerzas externas no tengan un papel determinante en su corto y medio plazo. El hoy no es distinto, en ese sentido, del ayer cuando británicos y rusos competían por esa zona del mundo; o cuando americanos y soviéticos hacían lo mismo por ganar influencia en la zona a expensas del otro. Entonces, como ahora, las potencias foráneas fueron determinantes para el devenir afgano.

Sin embargo, las gentes de Afganistán no suelen recibir a los extranjeros con una grata bienvenida. Más bien lo contrario. Que se lo digan, por ejemplo, al soldado William Brydom, el único superviviente de los 16.000 efectivos británicos que se vieron forzados a huir del país en 1842, tras una ominosa derrota. Los soviéticos también lo supieron en sus propias carnes durante los 10 años en los que intentaron poner un poco de orden en el país.

Ahora bien, lo que siempre se ha considerado ser la tumba de los imperios fue puesto patas arriba, su régimen talibán destrozado y un nuevo orden colocado en su lugar, gracias a poco más de medio centenar de agentes de la CIA y unos 500 soldados de operaciones especiales, más, eso sí, un puñado de gadgets militares de nueva generación y no menos importante, la cooperación activa de las fuerzas opositoras a los talibán.

Con todo, ocho años después, lejos de ser un paraíso de estabilidad, Afganistán sigue siendo un país en guerra, con su gobierno crecientemente amenazado por una insurgencia a la que muchos ya no se atreven a combatir. ¿Qué es lo que ha pasado y qué se puede esperar tras las elecciones presidenciales del próximo jueves?

Hay dos explicaciones básicas para la violencia que se ha venido desatando en los últimos años: la primera lo achaca a la falta de progreso en las tareas de reconstrucción, lo que habría impedido la consolidación de una gobernanza aceptable, un modelo institucional efectivo y, sobre todo, oportunidades económicas parta muchos. La falta de perspectivas sociales y económicas, argumenta esta escuela de pensamiento, está en la base de la corrupción, el auge de los señores de la guerra, las rivalidades tribales por el comercio de adormidera, la criminalidad y el auge la guerrilla.

La otra explicación muy extendida se refiere al carácter tribal tradicional afgano y a la ausencia histórica de fuertes instituciones centrales. Las rivalidades lógicas entre sus principales etnias, pastún, uzbeka, tayiko y hazara serían la causa de la violencia que hoy vemos, cada cual luchando por la supremacía y el poder. O por su independencia.

Ambas explicaciones son falsas, no obstante. Y no explican en absoluto lo que hoy sucede en Afganistán. Aún peor, sólo pueden inspirar políticas que complicarán más la situación y no ofrecerán soluciones a la misma, desde la mera intensificación de la ayuda humanitaria a la huida de aquella zona.

La violencia que hoy vemos y sufrimos en Afganistán no está inspirada ni en la falta de oportunidades individuales, ni en la historia. Responde a una motivación religiosa que encuentra un buen caldo de cultivo en las diversas fallas que caracterizan el paisaje geográfico, tribal y social afgano. Pero sin la inspiración de Al Qaeda y el concepto de yihad, muchos de los atentados suicidas que hoy padecen los afganos y las fuerzas de la OTAN, no tendrían sentido, ni tendrían lugar.

Mientras no se reconozca plenamente cuál es la causa que provoca la violencia y la inestabilidad, quiénes son nuestros enemigos, difícilmente se les podrá combatir y vencer. Obama está aumentando sus tropas para poder salir del país cuanto antes de una manera digna, al fin y al cabo esa es su guerra predilecta y no puede huir humillado descaradamente; Zapatero dice en América estar dispuesto a enviar refuerzos españoles para no se sabe bien qué, salvo estar a bien con el inquilino de la Casa Blanca. Y mientras, la ministra Chacón no para de hacerse fotos con Herat como telón de fondo de sus aspiraciones políticas. Pero ninguno de ellos se plantea ganar a la insurgencia y defender para Afganistán lo único defendible: un sistema abierto y democrático. Ya ha sucedido en el pasado y puede volver a suceder con nuestra ayuda.

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