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El gran reto europeo

La misión de Turquía es capital y nuestro futuro depende de su compromiso y eficacia

La Comisión Europea se ha pronunciado, en la fecha prevista, sobre la negociación con Turquía para su posible integración en la Unión Europea. El Presidente Prodi se ha dirigido al Parlamento y ha explicado la posición de la Comisión, además de presentar un importante Informe realizado bajo la dirección de destacadas personalidades. Varios son los argumentos que se han colocado sobre la mesa, otros, no menos importantes, están presentes en las conversaciones de pasillo y despacho. Todos ellos conforman el planteamiento de una cuestión que va a generar en el futuro un importante debate en Europa.
 
De forma sorprendente, hace ya algunos años, la Comisión aceptó la propuesta turca de ingreso. El tema era suficientemente complejo y debatible como para que se hubiera generado un proceso de consultas, diplomáticas y políticas, para averiguar si la ciudadanía de los distintos estados europeos consideraba Turquía parte de Europa. La Unión no tiene vocación universal, sino regional, y en algún lugar había que establecer un límite. La frontera con Turquía era una candidata obvia, pero se decidió que no había inconveniente geográfico para el ingreso: si Turquía cumplía las normas del club europeo podría ingresar. La decisión era de enorme calado y, en apariencia, estaba asumida por las distintas capitales.
 
La Comisión ha dado a conocer que en su opinión Turquía avanza en el cumplimiento de las exigencias políticas y económicas, por lo que las negociaciones formales pueden empezar, aunque ninguno de esos procesos está consolidado y será necesario un esfuerzo por ambas partes para lograr los objetivos comunes.
 
Tras los argumentos oficiales se esconden otros, que no corresponde a la Comisión citar o explicar, que no todos los políticos están dispuestos a enunciar, pero que serán determinantes.
 
1. Muchos europeos, ciudadanos y gobiernos, consideran que fue un error aceptar que Turquía es Europa. La segunda comparte unos valores que son la consecuencia de una historia común, historia que gira en torno al hoy tan denostado cristianismo. La primera, por el contrario, es parte capital del Islam, el último califato. Mundos tan distintos pueden convivir bien, pero la integración es muy difícil.
 
2. La entrada de Turquía implicaría trasladar las fronteras de la Unión hasta Asia Central y Oriente Medio. Pasaríamos a ser vecinos de Siria, Iraq o Irán. Unas compañías que marcarían irremediablemente el futuro de la política europea.
 
3. Turquía ha dado pruebas de su voluntad modernizadora, pero las corrientes islamistas crecen y, de hecho, el actual gobierno comulga con esta doctrina. Para muchos europeos una Turquía integrada con un islamismo en alza podría convertirse en un gravísimo problema para la estabilidad continental.
 
4. Más aún, el desnivel de desarrollo entre Turquía y otras naciones europeas generaría fuertes corrientes migratorias. Dada su limitada voluntad de integración, como queda patente en Alemania, y el crecimiento de las corrientes islamistas, muchos temen que la entrada de este país en la Unión traería como consecuencia una mayor difusión del radicalismo islámico.
 
5. Una Turquía de ochenta millones de habitantes se convertiría en la nación más poblada de Europa, junto con Alemania. Los equilibrios realizados por Francia en la negociación del Tratado de la Constitución, para rectificar los acuerdos de Niza, se vendrían abajo.
 
6. El bajo nivel de desarrollo económico y social turco llevaría a una gran concentración de la ayuda comunitaria sobre este país, en detrimento de otros muchos.
 
Estos argumentos negativos chocan con uno positivo reconocido por todos y, muy especialmente, por la Comisión. Turquía es el estado islámico más desarrollado. Su voluntad de ingreso en Europa es un activo valiosísimo. Si el ingreso es posible y la sociedad turca se empapa de nuestros valores y de nuestro sistema de convivencia, será un extraordinario modelo para otros muchos países. Si la evolución del Islam es nuestra principal preocupación, porque de ella depende nuestra seguridad, la integración de Turquía es el principal instrumento a nuestra disposición.
 
Mientras los gobernantes sopesan pros y contras, Francia ya ha roto la baraja, condicionando el ingreso no sólo al cumplimiento de las normas comunes, sino también a un referéndum. Los franceses decidirán si sí o si no. Si Francia pudo revisar Niza cuando lo consideró oportuno, ¿por qué no van a rectificar otra decisión europea que afecta gravemente al poder galo en el Viejo Continente?
 
El ingreso de Turquía en la Unión Europea es un hecho de enorme importancia. Si reúne las condiciones, si realmente podemos comprobar que la sociedad turca asume nuestros valores democráticos, merece incorporarse y continuar ejerciendo una positiva influencia sobre su entorno. La misión de Turquía es capital y nuestro futuro depende de su compromiso y eficacia. La diplomacia francesa, una vez más, antepone su peculiar visión del mundo, su supuesto entendimiento con los regímenes corruptos tan presentes en el mundo árabe y sus ansias de influencia continental a los intereses reales de Europa.

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