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El islamismo, de cuyo nombre no quiero acordarme

Cameron ha creído oportuno hacer la diferenciación de Barrio Sésamo entre el islamismo radical asesino y los islámicos pacíficos.

Cameron ha creído oportuno hacer la diferenciación de Barrio Sésamo entre el islamismo radical asesino y los islámicos pacíficos.

Imaginemos a Churchill la víspera de la Batalla de Inglaterra diciendo:

Compatriotas, luchemos sin respiro por la libertad contra el nazismo, pero, ¡cuidado!, sabed que este es una traición a Alemania y los alemanes por lo general son muy buenos.

Cameron, son otros tiempos, ha creído oportuno hacer la diferenciación de Barrio Sésamo entre el islamismo radical asesino y los islámicos pacíficos.

Acaso no era del todo imprescindible el día en que por enésima vez un terrorista islamista mataba a un inocente a manos, literalmente, de un par de iluminados, al grito de "Alá es grande" y alegando una represalia por las guerras de Irak y Afganistán.

La justificación del actual primer ministro es la inmensa comunidad islámica que ha encontrado acogida en el Reino Unido y que convive con británicos y demás emigrantes espeluznados por el asesinato. Sin embargo, acaso la urgencia por diferenciar en la mente de Cameron no responda a un temor fundado de venganza... de la que no se conocen precedentes, ni siquiera tras los atentados causados por otros islámicos radicalizados en Inglaterra, como los del 7 de julio de 2005, 56 muertos. Así que el problema es otro, precisamente el de la radicalización en los países de acogida. Lo que trae a la memoria no solo el reciente atentado de Boston sino el de Mohamed Merah, en Francia, el año pasado.

¿No incumbe a otros clarificar esa separación? Ayer, por ejemplo, el Movimiento por la Unificación y la Yihad en África Occidental (Muyao) reivindicó dos atentados con bomba, 19 muertos, en Níger en represalia por la guerra de Mali, en la que los soldados franceses luchan contra Al Qaeda, organización islamista un tanto conocida. No hace mucho no pocos periodistas expresaban su deseo de que el atentado de Boston fuera obra de nacionales extremistas. La cuestión es otra. Al terrorista de fuera se ha unido el radicalizado en casa. De modo que esta guerra contra el terrorismo islámico a la que nadie quiere referirse –supuestamente para no despertar la presunta furia criminal vengadora de las poblaciones autóctonas– se cobra cada vez más víctimas, generando en los políticos la fundamental intención de pretender proteger el nombre de lo que es su causa última. Hoy es la sangre de un muchacho de unos veinte años –y la de otros tantos militares nigerinos– la que nos reclama reconocer que una versión extendida del islam es el mayor problema internacional del presente. ¿Cómo se piensa combatirlo eludiéndolo?

Mientras los países occidentales no quieran mirar a la cara de esta guerra mundial y constatar que incluye minorías radicalizadas en sus territorios a las que es imprescindible controlar, y mientras no constaten que la defensa de la libertad frente a esta bestial amenaza ideológica es cuestión esencial para ello, se quedarán haciendo distinciones de Barrio Sésamo hasta la próxima víctima, a la que deshonrarán de nuevo con sus simplificaciones ridículas.

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