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El milagro militar español

Hacienda consiente porque a corto y medio plazo estas alegrías no le estropean las cuentas públicas. El problema es que alguien, algún día, tendrá que pagar por tanta fiesta adquisitiva

Cualquier analista de defensa extranjero que hubiera presenciado el desfile de las Fuerzas Armadas españolas por el Paseo de la Castellana madrileño hubiera quedado francamente impresionado por el equipamiento que han exhibido nuestros ejércitos. Es más, su asombro hubiera sido aún mayor si se le hubiera mostrado la lista de nuevos programas para el futuro que no hace sino crecer cada año y empieza a hacerse casi interminable.
 
Si ese mismo analista hubiera conocido que este Ejército pretende afrontar todos estos proyectos con el porcentaje más bajo dedicado a defensa por un país de la OTAN, su sorpresa hubiera sido ya mayúscula. ¿Cómo es posible que nuestras Fuerzas Armadas puedan simultáneamente renovar toda su fuerza aérea tanto de combate como de transporte, potenciar su flota de combate y su fuerza anfibia y modernizar toda su arma acorazada, sus helicópteros de combate y transporte.
 
La respuesta a este milagro, programas descomunales con presupuestos escasos, fue la fórmula inventada por Eduardo Serra durante su etapa de ministro del ramo. Este empresario, ante las restricciones presupuestarias que imponía cumplir con los famosos criterios de convergencia de Maastricht, decidió financiar todo su proyecto de modernización de los ejércitos con cargo a créditos que el ministerio de Industria concedía directamente a las empresas del sector.
 
Esta fórmula, que nació como una necesidad económica en una coyuntura muy precisa, se ha convertido en una panacea política para los sucesivos ministros de defensa. En especial del actual, que no pasa prácticamente un mes sin añadir una nueva compra a la ya muy larga lista, y que además ha decidido estirar el plazo de devolución de esos créditos prácticamente hasta mediados de siglo.
 
La formula parece una auténtica gallina de los huevos de oro. Los militares están encantados porque ven renovar un material que sería imposible adquirir con sus presupuestos ordinarios. Defensa es feliz porque puede poner en marcha cuantos programas industriales le placen sin tener que asumir coste alguno. Hacienda consiente porque a corto y medio plazo estas alegrías no le estropean las cuentas públicas. El problema es que alguien, algún día, tendrá que pagar por tanta fiesta adquisitiva.

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