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El régimen marroquí ante sus islamistas

La incógnita que se plantea de cara a las elecciones generales de 25 de noviembre en Marruecos tiene que ver no con los resultados, que sería lo lógico, sino con la forma en que estos se van a “gestionar”.

La incógnita que se plantea de cara a las elecciones generales de 25 de noviembre en Marruecos tiene que ver no con los resultados, que sería lo lógico, sino con la forma en que estos se van a "gestionar". Esto es, habrá que ver si se ha acordado previamente la distribución de los votos o si estos van a reflejar fielmente la voluntad de quienes decidan acudir a votar. Por supuesto que el índice de participación será también importante, pero menos, y ello porque si los que votan ven reflejarse sus opciones de forma libre, a buen seguro vencerán los islamistas "moderados" del Partido de Justicia y Desarrollo (PJD), y si hay alta abstención podremos interpretar también que hay islamismo pujante, y ello porque los islamistas alegales de Justicia y Caridad han preconizado la abstención. El Movimiento 20-F también, pero pesan más los primeros.

Vemos, pues, que islamismo lo hay en cualquier caso, e incluso si al final ha habido –como ocurriera tradicionalmente en el pasado– algún tipo de acuerdo entre partidos – incluidos los islamistas legales– y el Ministerio del Interior, el régimen no tendrá más remedio que permitir que en cierta medida quede reflejado en los resultados ese peso de los islamistas. De no ser así chocaría dentro y fuera de Marruecos, y ello no es bueno para un país que tan necesitado está de tener buena prensa en el exterior, particularmente en Occidente, pero también en el mundo árabe ante lo que en él está ocurriendo. Tras la victoria electoral de EnNahda (Renacimiento) en Túnez; dado el pulso al que los Hermanos Musulmanes tienen sometido al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas en Egipto; teniendo en cuenta el creciente peso del régimen islamista turco por doquier; asumiendo que el islamismo cuaja en Libia; y finalmente, considerando que los aliados naturales de Marruecos –aparte de países occidentales como los EEUU y Francia–, que son las petromonarquías del Golfo (Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos y Qatar, sobre todo), el que los islamistas asomen ahora en Marruecos puede ya no ser considerado por la Monarquía como amenazante, sobre todo si también aquí el PJD ha blandido, y lo ha hecho, su muy elaborado discurso moderado y posibilista.

Desde la perspectiva de España –por supuesto del Gobierno entrante del Partido Popular en términos de gestión– pero también del interés general de nuestro país como Estado, nos vuelve a suceder lo que suele en lo que a las relaciones con Marruecos respecta, a saber: que hay dos posibilidades, la mala y la peor. Al lector corresponde el definir una u otra: o victoria islamista, algo que no es estimulante ni para muchos marroquíes ni para sus vecinos; o victoria "arreglada" del bloque opositor con más opciones, que es el G8 liderado por Salahedine Mezouar, ministro de Finanzas, hispanófono sí, pero no hispanófilo a juzgar por su actitud furibunda en lo que respecta a Ceuta y Melilla, entre otras cosas. Tenerle de Primer Ministro potencial no es nada estimulante.

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