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¿El retorno de los neocons?

No hay nada intrínseco al mundo musulmán que impida que la democracia se desarrolle y arraigue en su suelo. Y, por tanto, es una desgracia moral que la Vieja Europa y la Nueva América se inhiban en la defensa de los derechos humanos.

Una explosión sacude el aeropuerto internacional de Moscú matando al menos a 31 personas; Túnez sigue agitándose bajo la fuerza del cambio. ¿Qué tiene que ver todo eso con el retorno de los malditos neocons? Más de lo que se imagina.

En primer lugar, el recordatorio de que cuando una persona puede elegir entre la libertad y la dictadura, tiende a escoger la libertad. Este principio simple, siempre defendido como una verdad antropológica por los neoconservadores, se ha vuelto a comprobar en Túnez donde, como sabemos, la fuerza popular hizo huir al dictador Ben Ali y mantiene en jaque al nuevo Gobierno. Frente a la continuidad, cambio.

En segundo lugar, otro principio básico: la libertad es mucho más que la celebración de una convocatoria electoral. Es necesario una sociedad lo suficientemente madura como para permitir el juego correcto de las instituciones, incluidos los partidos políticos, pero no solo. La libertad requiere de una cultura de la tolerancia sin la cual no puede florecer.

Tercero, no hay nada intrínseco al mundo musulmán que impida que la democracia se desarrolle y arraigue en su suelo. Y, por tanto, es una desgracia moral que la Vieja Europa y la Nueva América se inhiban en la defensa de los principios y el respeto de los derechos humanos en esa parte del mundo para pasar a defender a regímenes uno u otro signo, pero todos impresentables a los ojos de sus ciudadanos y de la historia.

Cuarta idea: no hay dictadura eterna. Los dictadores acaban cayendo tarde o temprano. En lugar de apuntalarles, los occidentales deberíamos presionarles para que se fueran abriendo y preparando a sus sociedades para vivir en libertad. Bunquerizarles no sólo es un fracaso a medio plazo, sino que acaba por ser contraproducente. Lo único que se logra es dar fuerza a los radicales e islamistas.

Quinto: el mundo está trufado de peligros, como acabamos de comprobar otra vez con el atentado terrorista en Moscú. Hay quien para lograr sus objetivos recurre a la violencia más descarnada. Quien hace de la población civil su enemigo indiscriminado.

Por último, el terrorismo islamista no es un enemigo cualquiera. Sus ataques responden a una lógica de guerra y su campo de batalla es global. El terrorista suicida es indisuadible, pero también es verdad que es obstinado y se aferra a repetir lo que sabe hacer. De ahí la obsesión de los jihadistas con los aviones y el transporte público, de las Torres Gemelas a Moscú, pasando por Madrid y Londres.

Para bien o para mal, este ideario, que ha sido popularizado por los neocons antes y durante la presidencia de Bush hijo, es el único no sólo capaz de explicar el mundo en el que vivimos, sino, sobre todo, el único capaz de articular una respuesta para combatir a los enemigos de Occidente y de ampliar el campo de las democracias liberales en el mundo. No en vano la única democracia árabe conocida, con todas sus imperfecciones, se vive hoy en Irak. Y si es así no es gracias a los Chirac y Zapateros del mundo, sino a los Bush y Blair, que no es lo mismo.

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