Menú
GEES

¿El tercer suicidio de Europa?

No sólo no le prestan apoyo cuando considera que su seguridad está en juego, sino que, no conformándose con la abstención, tratan de estigmatizarla con inquina y ponerle el mundo entero en contra

Es un decir, porque Europa quedó suicidada y bien suicidada en su segundo intento. En el primero, la Gran Guerra, cuando nadie esperaba una segunda a sólo 20 años, quedó malherida, pero se hizo la ilusión de que no había sido tan grave, de que la recuperación sería plena. América, la salvadora, se había replegado sobre sí misma y no estaba allí para hacerle sombra, mientras que Francia, Inglaterra, Holanda, incluso el pequeño Portugal conservaban enormes imperios que les hacían paladear el embriagador regusto de superpotencia.
 
La siguiente intentona fue definitiva. Europa dejó por completo de ser un sistema cerrado de relaciones internacionales y su destino se le fue de las manos, quedando a merced de las potencias flanqueantes. América no pudo retornar sobre sí misma porque Stalin se hubiera tragado a Europa de un bocado y tras ella hubiera devorado a toda Eurasia...si Washington no le paraba los pies en condiciones mucho peores que las de la devastadora guerra recién concluida. Así que Truman decidió actuar inmediatamente rescatando lo que quedaba de Europa, la cual, en términos de poder, ya no volvería nunca a ser ni la sombra de si misma.
 
Al poco se desvanecieron las gloriosas colonias en procesos a menudo traumáticos. Y los europeos acudieron en tropel a refugiarse bajo el paraguas militar americano, negándose durante decenios a pagar su defensa, no ya porque les saliera barato sino porque su estrategia esencial era no estar en condiciones de defenderse para no ser abandonados por el fornido primo trasatlántico, el cual dejaba 300.000 soldados sobre suelo europeo y más de un tercio de su suculento presupuesto de defensa, en calidad de prenda del compromiso con sus aliados. Situación cómoda pero humillante, a cuyo calor los europeos se hicieron ricos, casi tanto como los americanos, aunque rumiando el resentimiento de tener que agradecérselo.
 
Cuando el enemigo soviético terminó de cocerse en su propio caldo llegó el momento de realizar los dividendos de la paz, dejando los dispositivos de defensa en estado anémico. Ni de meter en cintura a un matón balcánico fuimos capaces. Tuvo que acudir el primo actuando desde los cielos porque para entonces no estaba dispuesto a arriesgar ni un solo soldado. Creció el diferencial de poder con Estados Unidos y disminuyó la interoperabilidad de los ejércitos, a medida que nos quedábamos rezagados en tecnología militar. Aparte de reiterados incumplimientos de solemnes compromisos sobre la adquisición de capacidades militares, la aportación del pilar europeo a la Alianza Atlántica fue cada vez más lecciones de pacifismo, teóricas de multilateralidad, exhortaciones a la inacción y monsergas en defensa de benefactores de la humanidad como Noriega o Sadam y si se tercia los ayatolás de Teherán o Kim Jong-Il.
 
Pero Europa renació de sus cenizas y escombros, y se convirtió en un área de paz y prosperidad que actúa de polo de atracción sobre todos sus vecinos. ¿A qué se debe, pues, hablar ahora de suicidio? Dejemos de lado aspectos internos que suponen el veto a elementos esenciales de nuestro ser histórico, con todo lo que de negación refleja e implica. Los que llevan las riendas del proceso europeo pretenden crear una Europa rival de América. Y no es un vago propósito o simple teoría. No sólo no le prestan apoyo cuando considera que su seguridad está en juego, sino que, no conformándose con la abstención, tratan de estigmatizarla con inquina y ponerle el mundo entero en contra, haciendo todo lo posible para que fracase, es decir, contribuyendo activamente a que triunfen los “otros”.
 
En virtud del dogma de que las civilizaciones no pueden chocar porque eso choca con nuestros dogmas, estamos dispuestos a enfrentarnos con la otra orilla del Atlántico porque no ha seguido nuestra evolución y ahora nos choca civilizacionalmente. No vive en la burbuja europea y ha seguido estando dispuesta a pagar para ser fuerte y mantener un mínimo de orden en el mundo. No deja que Naciones Unidas gobiernen el planeta, distribuyendo felicidad a raudales y proporcionándole a Francia el poder que se merece y viene soñando desde Waterloo y al que ahora Alemania también aspira, según acaba de decirnos Schröder.
 
Europa y América juntas lo pueden casi todo, pueden hacer mucho por la paz y contra los indeseables que la amenazan, en una época en que el terrorismo y quienes lo instrumentalizan pueden llegar a adquirir capacidades que conviertan el 11-S en sólo un modesto primer paso de los horrores del futuro. El tercer suicidio que tendría a su alcance una Europa antiamericana sería el de la civilización occidental.

GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.

En Internacional

    0
    comentarios