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En la muerte de un soldado

Se nos dice que estamos porque es una guerra legal, a diferencia de la invasión de Irak en donde no estuvimos, pues sólo la apoyamos diplomáticamente y llegamos después para ayudar al país a salir adelante.

Que la muerte de un soldado en un escenario bélico sea noticia destacada e incluso delicado objeto de debate político tiene una paradójica dimensión de hecho afortunado, por cuanto es noticia lo infrecuente y anómalo. Es siempre afortunado que sea infrecuente pero es una aberración que alguien lo pueda considerar anómalo.

La militar es identificada por todo el mundo como una de las más claras profesiones de riesgo y asumirlo con normalidad es para los militares un motivo de orgullo en el que está implicado todo su honor. Un honor inmisericordemente lanceado, en nuestro caso, por el presidente Zapatero a partir de su "sálvese quien pueda" de las primeras horas en las que asumió el poder al que fue catapultado por circunstancias fortuitas y afortunadas según para quien.

Aquel acto de pánico político se revela como la imagen de marca de todo su reinado, machacando continuamente las más solemnes normas de estado y nación, fuera y dentro. Empezando por aquella despavorida fuga, en la que abandonaba a la desgraciada población iraquí a manos de los terroristas; totalmente irregular desde el punto de vista internacional, fue una ruptura de compromisos de estado que hubieran vencido en pocas semanas, e interior, pues ni siquiera se había constituido el Gobierno, no digamos Las Cortes, poniendo como necio pretexto que una promesa de campaña había que cumplirla con independencia de las circunstancias, algo que inconsciente pero irresponsablemente invitaba a los terroristas a que le proporcionaran una ayuda. Pretexto necio, sí, pues no hay más que recordar el OTAN no primero y si después, porque las cosas habían cambiado. Lo que el honor nacional y la clarificación de su victoria hubieran aconsejado era reafirmar nuestra participación en la lucha contra el terrorismo en vez de proporcionarles a los perpetradores de la masacre una victoria estratégica de primera magnitud, dándoles esperanzas para que probasen de nuevo, en el metro de Londres, por ejemplo.

Aquella polvareda con la que se estrenó el nuevo gobierno, el nuevo régimen, la refundación social desde cero, ha ido enlodando las Fuerzas Armadas y nuestra acción exterior a golpe de rendiciones preventivas. Bajo la égida de Bono y la pasividad de Alonso, los políticos socialistas se han desvivido por desmilitarizar nuestros ejércitos y desviarlos de la plenitud de las misiones que la Constitución les atribuye.

Este es el contexto de nuestra participación en Afganistán, objeto de toda clase de contorsiones políticas para justificarla. Se nos dice que estamos porque es una guerra legal, a diferencia de la invasión de Irak en donde no estuvimos, pues sólo la apoyamos diplomáticamente y llegamos después para ayudar al país a salir adelante. Nos marchamos despreciando exhortaciones taxativas a prestar toda la ayuda posible del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que nosotros mismos habíamos votado. Estamos en una guerra contra el fundamentalismo terrorista de los talibán y de Al Qaeda, pero diciendo que la lucha contra el terror no tiene nada de guerra y no hay en ella ningún papel para las Fuerzas Armadas. Estamos en una zona de guerra como si no estuviéramos, porque sólo tratamos de apoyar la actividad de las ONG. En uno de los rincones menos peligrosos de un país donde nada es seguro. Con unas reglas que ponen un enorme énfasis en la autoprotección. Y con unos soldados que saben el peligro que corren y lo arrostran con valor y entrega.

Nos dolemos con ellos de la muerte de un compañero y las heridas de otros cuatro. Admiramos su valentía y apreciamos inmensamente su sacrificio y se lo agradecemos. Sabemos como ellos que están defendiendo la libertad, creando las condiciones para la paz y, con ella, asentando las bases de la democracia. Y, desde luego, velando a gran distancia por nuestra seguridad. Deseamos que vuelvan a casa sanos y salvos pero sabemos como ellos que no pueden dejar de enfrentarse a situaciones de peligro. Nuestro homenaje es un esfuerzo por desenmascarar la pantomima política que rodea su actividad y esperamos que la oposición, la única que existe, con gran pesar del gobierno, vaya en ello mucho más allá y no trivialice el sacrificio de hoy ciñéndose al caso individual.

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