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España, el cinco raspao de Europa

Podrán los tratados ayudar al exigirnos sanear nuestra economía, pero sólo daremos las gracias a Europa si suelta la tela.

El cinco, número mítico hispano. A las cinco empiezan los toros, cinco flechas tiene el haz de Isabel la Católica y cinco millones de empleos creó Aznar. Rajoy acude así al Consejo Europeo a garantizar para España el esfuerzo justo, o sea mínimo: el cinco raspao.

Este es el último Consejo a 27. En julio ingresa Croacia. Pero en Zagreb no hay entusiasmo. Más al oeste, Francia critica a la Comisión, incluso el Gobierno de coalición holandés muestra su desengaño: "Los tiempos para una mayor integración han pasado". Esto confirma la tendencia anunciada por Merkel en enero: podría pasarse del informe encargado para esta sesión a Van Rompuy sobre el futuro de Europa.

Así que, pensando que no hay mando, sin rebelarse las masas ni redimirse las provincias, los países damnificados por la crisis, entre ellos España, se revuelven contra la austeridad.

Pero que Bruselas no esté al mando no quiere decir que nadie lo esté. Tras el rechazo franco-holandés, en referéndum, a la Constitución (2005), esta se aguó en el Tratado de Lisboa, que da más poder a Alemania. En el terreno más relevante de los hechos, Alemania, tras el acuerdo de Deauville (2010) y la derrota de Sarkozy (2012), manda sin reparos. De ahí la pataleta de Hollande, que prometió derogar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento –pero lo ratificó un Parlamento controlado por él– y apuntalar el "crecimiento" sin lograr que apoquinara el vecino.

Manda Alemania porque su 6,9% de paro mira desafiante a los países occidentales, incluidos los amantes de políticas keynesianas Estados Unidos (7,6%) e Inglaterra (7,8%). Así que para los progresistas de todos los partidos, que antaño la halagaban por poder manejarla, Europa ya no es ni una idea, ni una comunidad de Derecho, ni una coalición de mercaderes, ni una zona de libre cambio ni un espacio de libertad y justicia. Es el chivo expiatorio al que culpar si no hay dinero que repartir.

Podrán los tratados ayudar al exigirnos sanear nuestra economía, pero sólo daremos las gracias a Europa si suelta la tela. O ni siquiera. Mendigamos ahora 2.000 millones de créditos dizque para el empleo juvenil, pero sólo después de quejarnos amargamente de las condiciones del préstamo de 40.000 millones que salvó nuestras cajas. Sólo después de considerar insuficiente un programa de compra de deuda (horriblemente llamado Transacciones Monetarias Directas) que bastó prometer para no tener que usar, lo que hizo bajar nuestro coste de financiación. Tampoco bastó que nos dieran más tiempo para reducir el déficit y emprender reformas estructurales. No. Queremos tela.

En formidable ejercicio de consenso, y desalentador espectáculo, casi todo el Parlamento conviene en ello: ¡Europa, afloja! Que paguen ellos, hubiera dicho Unamuno. Tomemos nota: no queremos ser lo mejor de Europa, ni guiarnos por la excelencia en el crecimiento económico ortodoxo ni aspirar a afanes superiores. Reivindicamos en esta hora de España, como ese pobre diputado, el cinco de nuestro tiempo, el cinco raspao.

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