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Gaza y la 'primavera islamista'

Queda la incógnita de si Teherán se atreverá a propiciar activamente un cambio en los equilibrios de poder en Gaza.

Queda la incógnita de si Teherán se atreverá a propiciar activamente un cambio en los equilibrios de poder en Gaza.

La operación Baluarte de la Defensa (mejor que el más literal Pilar de la Defensa) ha terminado y todos contentos, menos la mitad de la opinión israelí que echa de menos la invasión terrestre, plenamente consciente de que hubiese supuesto más bajas propias y ajenas y una clamorosa demonización universal de Israel, el precio de lograr una mucho más amplia seguridad en su frontera meridional. La justificación estratégica para asumir tan alto coste viene dada por el incremento del peligro que para el Estado judío suponen la primavera árabe transmutada en islamista –con un probable desenlace en este sentido del conflicto sirio– y el abandono por parte de la Hermandad Musulmana egipcia –matriz de Hamás– de las actitudes moderadas que se ha visto obligada a tomar en las presentes circunstancias, forzada por la necesidad, pero muy en contra de sus instintos y deseos.

La otra mitad acepta la versión del Gobierno, que dice haber alcanzado sus objetivos de degradar las capacidades misilísticas y militares y hasta políticas de sus enemigos y restaurado la disuasión. Lo primero es indudable, como lo es que con botas sobre el terreno hubieran conseguido mucho más a un muy superior precio. Lo segundo, la disuasión, no va más allá de lo que lograron con la operación Plomo Fundido, en enero del 2009: cuatro años de respiro imperfecto y amenaza creciente. Hamás estará entretenido algún tiempo reconstruyendo sus infraestructuras y rellenando sus arsenales, y, mientras no tenga más remedio, tratará de no provocar un nuevo episodio destructivo.

A pesar de que, gracias al triunfo islamista en Egipto, Hamás pudo romper su incómoda alianza con el régimen sirio, que masacra a sus correligionarios suníes, los ayatolás de Irán, máximos protectores de Bachar Asad, no pueden permitirse la revancha y se unen al coro de radicales que proclaman la gran victoria de la organización terrorista suní. No le negarán la ayuda, pero ya tienen otro preferido sobre el terreno, la Yihad Islámica palestina, y otros grupos más agresivos que Hamás, entre otras razones por no tener responsabilidades de gobierno, que han desbordado a aquélla en radicalismo antisraelí, forzándola a una actitud más beligerante para recuperar su autoridad moral entre la población. Queda, pues, la incógnita de si Teherán se atreverá a propiciar activamente un cambio en los equilibrios de poder entre los distintos matices de fervor islámico y terrorista que compiten en Gaza.

El otro factor que llevó a los líderes de Hamás a dar los pasos que ineluctablemente conducirían a una devastadora respuesta israelí fue un error de cálculo respecto al apoyo incondicional que esperaban de El Cairo. Por si acaso, no preguntaron ni avisaron. Creyeron que bastaba con ponerlos ante los hechos consumados. Pero no bastó. Morsi tiene que dar de comer a 85 millones de compatriotas. Represalias israelíes es lo último que podía desear. La ayuda occidental es indispensable. Pero si a pesar de todo la anémica economía egipcia colapsa y los salafistas, a su extrema derecha islámica, aumentan su hostigamiento, ¿recurrirán los moderados a su pesar de hoy a una maniobra de distracción antiisraelí mañana?

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