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Ilusiones

La inteligencia norteamericana ha concluido que es improbable que Irán construya una bomba nuclear antes de tres años. Hay tiempo para colocar a los europeos ante una dosis extra de su propia medicina ¿no querían multilateralismo y diplomacia?

Las manifestaciones y quemas de embajadas en los países musulmanes han arrinconado el debate en torno al programa nuclear iraní en los medios de información. Algo que deberíamos evitar. Las últimas noticias parecían resucitar el papel de los organismos internacionales, proporcionando la sensación de que el engranaje multilateral comenzaba a funcionar con seriedad y que, por lo tanto, la crisis empezaba a encauzarse.
 
En realidad ¿qué es lo que se ha aprobado? Leemos que la Agencia Internacional para la Energía Atómica ha remitido al Consejo de Seguridad la crisis de Irán. Una primera lectura parecería indicar que la Agencia reconoce que Irán no ha cumplido con sus obligaciones, que no ha dado respuesta a sus peticiones y que, por lo tanto, hay que dar paso a las sanciones para evitar la ruina del régimen de no proliferación. Sin embargo, ese no es el caso.
 
La resolución aprobada por la Junta de Gobernadores de la Agencia supone que el Secretario General enviará un informe al Consejo de Seguridad comunicándole lo sucedido hasta la fecha y aconsejando cuáles deben ser los pasos que Irán debe dar para poner fin a la crisis. La Agencia no ha cedido sus competencias, ni el Consejo tiene que hacer otra cosa que leer el Informe.
 
El acuerdo diplomático al que se ha llegado es doble. En primer lugar, situar el problema en la agenda del Consejo, mediante el envío y recepción del Informe. En segundo lugar, conceder un mes más a Irán para negociar la oferta rusa, sobre la que gira todo el trabajo de los diplomáticos. La siguiente reunión de la Junta de Gobernadores está prevista para el 6 y 7 de marzo. Si para entonces la Junta, tras conocer el pertinente informe del Secretario General, concluye que Irán no ha aceptado las exigencias de la Agencia se supone que el Consejo de Seguridad comenzará la discusión de la cuestión iraní.
 
La oferta rusa –aceptada por Estados Unidos, Europa e Israel– reconoce el derecho iraní a disponer de energía nuclear para usos civiles y ofrece a Irán el combustible necesario para hacer funcionar las centrales que se construyeran. En el presupuesto recién presentado por el Presidente Bush al Capitolio hay una partida destinada a desarrollar junto con Rusia un servicio internacional de suministro de combustible y recogida de los deshechos, como mecanismo de preservación del régimen de no proliferación en un momento en el que se hace evidente el desarrollo de la tecnología nuclear. Rusia se responsabilizaría del combustible, Irán tendría centrales y el actual programa nuclear en construcción se desmontaría bajo la inspección de la Agencia.
 
En el caso, harto probable, de que Irán no acepte la oferta rusa, el Consejo se verá en la obligación de imponer sanciones para tratar de forzar la voluntad del régimen de los ayatolás. No vale cualquiera, tienen que ser suficientemente contundentes y dolorosas como para doblegar la voluntad de unos fanáticos. Entre otras se ha barajado la renuncia a comprar petróleo y gas iraní, un bloqueo de inversiones y la prohibición de viajar fuera de sus fronteras a los dirigentes iraníes. En el caso de que se aprobaran es muy discutible que fueran eficaces. Pero, sobre todo, es muy poco probable que se aprueben.
 
Rusia y China son contrarias a la aplicación de sanciones por el Consejo. Más aún, ambas naciones tienen demasiados intereses en Irán, económicos y estratégicos, como para aprobar medidas semejantes. China adquiere allí petróleo, básico para su programa de desarrollo, y Rusia vende productos delicados, desde armamento hasta centrales nucleares. Ambos están interesados en limitar la influencia de Estados Unidos en el mundo y el Islam es para ellos un aliado importante en esta tarea.
 
Según un estudio reciente publicado por analistas de la Brookings Institution, la renuncia mundial a adquirir petróleo iraní supondría colocar el barril de petróleo a 100 dólares, algo impensable e inaceptable para Europa.
 
Las presiones internacionales, como ocurrió en 1946 con la España de Franco, despertarán una oleada de indignación nacionalista en Irán que fortalecerá al régimen y debilitará a la extendida pero débil oposición democrática.
 
En estas circunstancias el pastor del rebaño aparentemente ha optado por ganar tiempo. La inteligencia norteamericana ha concluido que es improbable que Irán construya una bomba nuclear antes de tres años. Hay tiempo para colocar a los europeos ante una dosis extra de su propia medicina ¿no querían multilateralismo y diplomacia?, pues taza y media. Estados Unidos empleará el resto de la actual legislatura en marear la perdiz, desde el convencimiento de que no se logrará nada práctico, salvo una mayor conciencia internacional de la amenaza iraní y de los límites de Naciones Unidas.
 
En el caso de que la vía multilateral fracase, el siguiente presidente de Estados Unidos se encontrará con el problema sobre la mesa y entonces ya no quedará mucho tiempo para tomar decisiones. Su margen de acción será limitado. Podrá bombardear las instalaciones nucleares, provocando la indignación del Islam, de los pacifistas europeos, de los antihegemonistas de todo el planeta, arruinando a la oposición interior y a sabiendas de que con esos bombardeos sólo conseguirá retrasar lo inevitable. La segunda opción será adaptarse a un nuevo entorno estratégico en el que la posesión de armas de destrucción masiva sea la norma. Norteamericanos e israelíes llevan tiempo preparándose, mediante el desarrollo de sistemas antimisiles, pero nosotros no.
 
No nos dejemos engañar por las falsas ilusiones. La resolución de la Agencia es un acto de firmeza que esconde la disposición a claudicar.

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