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Importan las reacciones

Catástrofes naturales, accidentes, guerras, incluso atentados, pueden ser mucho más destructivos. Lo importante fueron las reacciones.

Catástrofes naturales, accidentes, guerras, incluso atentados, pueden ser mucho más destructivos. Lo importante fueron las reacciones.

Lo que Bin Laden buscaba era ahuyentar a los americanos, y con ellos a todo Occidente, de las tierras de Alá, acabando con su corruptora influencia y su apoyo a los apóstatas que gobernaban los países islámicos. Algunos en la cúpula de Al Qaida se opusieron, previendo las consecuencias. No así el emir de los yihadistas, quien posteriormente, haciendo de la necesidad virtud, terminó declarando que lo que había buscado era entrampar al poder americano en la ciénaga medio oriental, en donde encontraría su tumba, como los soviéticos en Afganistán.

Para cualquier presidente americano la reacción habría tenido que ser al estilo nacional, a lo grande. Como tras Pearl Harbour. Bush quizá fue más allá que nadie. Según su análisis, el radicalismo asesino era fruto de las condiciones de opresión en las que se vivía en Oriente Medio. La política tradicional de apoyo a dictadores que al menos aseguraban la estabilidad, fue puesta en cuestión, sin alternativa clara. Quien tenía todos los boletos de la guerra que se rifaba era el régimen de Saddam Hussein en Irak. El más feroz, el más agresivo, con una guerra inacabada, tratando desesperadamente de procurarse armas de destrucción masiva. El país es central en el mundo árabe y su nivel cultural de los mejores en la zona. Su democratización se consideró posible y el influjo en el entorno altamente positivo.

En el origen de la guerra hay graves fallos de inteligencia y errores de cálculo, como el habitual de que todo iba a ser muy rápido, pero el peor fue el que concernió a la reacción de la izquierda americana y de una buena parte del mundo. Las primeras medidas de Bush fueron aprobadas masivamente por los demócratas, no atreviéndose a enfrentarse a la enorme acogida popular, pero se lanzaron con saña contra el presidente en cuanto surgieron las primeras dificultades. A escala universal, la solidaridad con los Estados Unidos estaba ya disipándose antes de terminar la inicial aventura afgana, a finales del 2001. La reacción antihegemónica que muchos profesores de Relaciones Internacionales previeron con la desaparición de la Unión Soviética, empezó a formarse en ese momento y explotó con enorme fuerza desde el comienzo de la empresa Iraquí. Fue una guerra contra la guerra, internacionalmente más importante que la guerra misma, producto de una heterogénea coalición de antiamericanismos, sin derramamiento directo de sangre, pero que le costó la vida a muchos iraquíes, mientras que sus asesinos eran jaleados como heroicos patriotas, resistentes a la ocupación extrajera. Bush fue caracterizado como un sanguinario implacable, sediento de las riquezas petroleras iraquíes, y la foto de las Azores como el más abominable crimen contra la humanidad jamás cometido.

Diez años después, esas grotescas hipérboles empiezan a caer en el ridículo y son subrepticiamente sustituidas por el más suave alegato de que la reacción bushista pecó de exagerada, pero los argumentos que se aducen siguen siendo especiosos.

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