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Irak y petróleo

Naturalmente que el petróleo tiene que ver con todo lo que pasa y deja de pasar en el Oriente Medio. Pero de llevarse a casa los dólares a puñados, nada. Es bastante más complejo.

Si hay petróleo no hay secreto. Todo está claro. Las explicaciones huelgan. Es la piedra de toque de los listillos. No falla. Ni uno la perdona. Pero pasa el tiempo, los norteamericanos entierran dólares en Irak por centenares de miles de millones y del oro negro local no rezuma ni uno sólo de vuelta. El clamor se va apagando. Con tanto error y horror ya ni siquiera es necesario para mantener a la América de Bush en la picota. Hoy, uno de los cambios importantes sobre el terreno es que ya ni los iraquíes, campeones del mundo del conspirativismo, se lo creen.


Llegados a este punto, viene el gran Greenspan, el infalible banquero mayor de los Estados Unidos, o sea, del mundo, y se descuelga con unas memorias en las que dice, como de pasada y sin darle mayor importancia: "Me da pena que sea políticamente inconveniente reconocer lo que todo el mundo sabe: la guerra de Irak fue en buena medida por petróleo". ¡Vaya por Dios! Y lo cuenta ahora que todo el mundo, salvo cuatro comunistas impenitentes y algún empedernido listillo, había dejado de saberlo.

La que se arma no es para menos. Un comentarista se pregunta si a don Alan le habrá sucedido lo que a aquel político al que sorprendieron con la cuestión de si había escrito sus memorias él solo. "¿Escrito? – respondió –, ¡pero si ni siquiera las he leído!" No puede ser el caso del gran economista. No es un cualquiera y nadie puede dudar de su capacidad para escribir un libro sin ayudas.

Muy otra cosa es su peculiar manera de expresarse. Al parecer sólo habla en la jerga financiera más subida, escurridiza y abstrusa, parte esencial de su persistente éxito con Bush padre, Clinton marido y Bush hijo. Cuenta su mujer que, cuando después de trece años de relaciones le propuso matrimonio, lo hizo en un lenguaje tal que ella no se enteró de lo que le estaba hablando. Pero nadie diría que la frase citada más arriba requiera técnicas de hermenéutica avanzada para su comprensión. Sin embargo, ese viene a ser el caso. En cuanto nuestro autor empieza la ronda de entrevistas televisivas sobre el libro, resulta que nada es como aparece en La era de la turbulencia: Aventuras en un nuevo mundo.

A Bob Woodard le dice: "Asegurar la estabilidad de los suministros de petróleo no fue el motivo de la Administración para la guerra de Irak, pero habría sido mi motivo. Derribar a Sadam era esencial". Y en otras declaraciones abunda en lo dicho. No se refería en las memorias a la Casa Blanca, sino a sí mismo. Creía que se daba el inminente peligro de que Sadam cerrase el estrecho de Ormuz y pusiese el petróleo por encima de los 100 dólares el barril, provocando una crisis mundial. Eso motivó su voto a favor de la guerra. Su voto en el fuero interno, porque nunca estuvo en el grupo de los que se ocuparon de tema tan transcendental y nadie, ni tampoco él, ha dicho que fuera consultado. ¡Acabáramos!

Petróleo e Irak encierran ciertamente un misterio. ¿Por qué nadie estudió el posible impacto de la guerra en tan delicado bien? Hubiera sido del todo racional el hacerlo, pero al parecer no se hizo. No eran hegelianos. No todo lo racional es real. Y no es esa la menor de las chapuzas cometidas en la planificación de una guerra tan crucial. Pero la realidad termina imponiéndose y por las chapuzas se paga un precio. Naturalmente que el petróleo tiene que ver con todo lo que pasa y deja de pasar en el Oriente Medio. Pero de llevarse a casa los dólares a puñados, nada. Es bastante más complejo.

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