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La calle árabe

El problema de la juventud musulmana no es ya un problema de falta de trabajo, dinero y reconocimiento social, es un problema de islamismo, es un problema de profundo rechazo de nuestro sistema de vida

En Europa la izquierda y buena parte de la derecha siempre se ha manifestado muy crítica de la política americana hacia Israel y el mundo árabe porque en cada una de sus acciones se veía el fantasma de la “calle árabe”, esto es, la manifestación en los espacios públicos del sentimiento antioccidental. La calle árabe nunca ha estallado allí donde más se temía. Paradójicamente, la calle árabe ha acabado por estar en París y en otras ciudades galas y no en el Oriente Medio. Europa se ha convertido en Eurabia.
 
La prensa recoge la revuelta de jóvenes franceses marginales de los suburbios de las grandes ciudades, pero la realidad es bien distinta. Sí hay un tinte racial y religioso porque quienes queman coches y disparan a la policía no se llaman ni Jacques ni Marcel, sino Ali y Mohamed. Lo que está pasando en Francia es inexplicable si no se tiene en cuenta no sólo la marginalidad, sino la componente islámica de estos jóvenes antisistema, anti nuestro sistema. En Inglaterra se ha realizado diversas encuestas tras los atentados del 7 de julio pasado. En una de ellas, seis de cada diez jóvenes musulmanes encuestados, decían creer que era su deber religioso no integrarse en la sociedad que les acogía. Ocho de cada diez defendía la idea de que el gobierno británico debía aceptar que la sharia fuera legalmente su código civil y criminal por encima de la ley británica.
 
El problema de la juventud musulmana no es ya un problema de falta de trabajo, dinero y reconocimiento social, es un problema de islamismo, es un problema de profundo rechazo de nuestro sistema de vida. ¿Qué es lo que ha dicho el imán de la principal mezquita de Paris tras su reunión con Villepin?. Que lo que él espera del gobierno son palabras de paz, no actuaciones de fuerza. Es decir, que se haga la vista gorda y no se aplique la ley a los delincuentes que están promoviendo los disturbios.
 
Es posible que el ministro de interior francés, Nicolas Sarkozy se esté viendo cuestionado en estos momentos, incapaz de controlar una crisis en abierta escalada. Pero a la larga, si continua con su discurso de firmeza y tolerancia cero frente a los intolerantes, saldrá beneficiado políticamente. La sociedad francesa está sintiendo miedo ante lo que ve y ese miedo no se va a curar con más concesiones ni llamadas a la asimilación. Ahora bien, habida cuenta de que la juventud islámica está más conectada con lo que pasa en las calles de Damasco, Bagdad y Casablanca que con el barrio en el que vive, forzar la apertura política y religiosa en el mundo árabe sigue siendo un imperativo para el bienestar y prosperidad de esas sociedades y para nuestra propia seguridad. La firmeza en el interior de Europa debe verse acompañada por la democratización del Norte de África y el Oriente Medio. Tal vez ahora que lo están sintiendo en sus propias carnes, los dirigentes franceses vean el mérito de George Bush al promover esta idea. Lo contrario es apostar por una Europa arabizada, rendida a las fuerzas radicales y fundamentalistas.

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