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La debilidad turca

Si Siria ha dejado en evidencia la debilidad de Turquía, las protestas de los últimos días no hacen sino dañar su imagen de país fuerte y económicamente potente.

Si Siria ha dejado en evidencia la debilidad de Turquía, las protestas de los últimos días no hacen sino dañar su imagen de país fuerte y económicamente potente.

Quién iba a decir que el espejo en el que se miraban aquellos que dieron rienda a las primaveras árabes tendría su propia primavera. Aunque, por supuesto, con salvedades: Erdogan no es Mubarak y Turquía es una democracia, no perfecta, pero al fin y al cabo una democracia, sobre todo si se compara con la situación de sus vecinos árabes. Y precisamente aquí reside el fin último de las protestas: recordar al Gobierno que el país es una democracia. La adopción de algunas políticas que tocan el ámbito privado de los ciudadanos y la forma de hacer las cosas por parte del Ejecutivo de Erdogan han dejado la sensación, entre una buena parte de los turcos, de que se están dejando de lado los valores democráticos y republicanos del país.

No habrá una primavera turca, pero seguro que en la cabeza de los que protestaban han sobrevolado esas imágenes que invadieron el norte de África sobre todo en 2011. Unas revueltas que irrumpieron precisamente en un momento en el que Turquía consolidaba su estatus de potencia regional. Su posición era el resultado de una transformación política y económica llevada a cabo en las dos décadas anteriores, y de una creciente y proactiva política exterior. Turquía se había convertido además en un polo de atracción para las fuerzas opositoras del mundo árabe, aunque al mismo tiempo Ankara mantenía estrechos lazos con los regímenes de la zona. Con el estallido de las primaveras, Turquía estuvo obligada a tomar partido, y respondió. Pero su respuesta fue ambigua y contradictoria, además dejó expuesta la debilidad de su propia democracia, tanto por el déficit que caracteriza su sistema político, pendiente de reformas, como por su incapacidad para responder a las demandas de los kurdos y demás minorías.

La situación en Siria se lo ha puesto aún más difícil. Además de crear un problema añadido con el flujo de refugiados que atraviesan la frontera, la teórica apuesta de Ankara por una solución negociada choca con las amenazas de Erdogan de responder de forma contundente a las provocaciones de Al Asad.

Si Siria ha dejado en evidencia la debilidad de Turquía, las protestas de los últimos días no hacen sino dañar su imagen de país fuerte y económicamente potente. Con un crecimiento estelar durante la década pasada, a unos niveles superiores a los Brasil, por ejemplo, ha visto cómo los mercados se han derrumbado estos días.

La situación en Turquía no va a derivar en una guerra civil, pero es la primera vez en 11 años que el país vive una situación de este estilo. La detención de generales y de activistas políticos, las limitaciones al consumo de alcohol y tabaco, las ambigüedades con respecto a la situación siria y el proceso de paz con los kurdos han irritado a amplios segmentos de la población, tanto liberales como votantes de Erdogan, un primer ministro convencido de que su alta popularidad le legitima para hacer lo que le venga en gana.

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