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La fiesta de Hamás

Su gran objetivo es izar la bandera islámica, Yihad mediante, sobre todo lo que consideran Palestina, del mar (Mediterráneo) al río (Jordán),

Su gran objetivo es izar la bandera islámica, Yihad mediante, sobre todo lo que consideran Palestina, del mar (Mediterráneo) al río (Jordán),

Hamás, acrónimo de Movimiento de Resistencia Islámica, y toda la población de Gaza reciben jubilosos a su líder supremo desde el 2004, Jaled Meshal, que ha vivido toda su vida en el exilio y nunca había estado en la estrecha franja que los suyos dominan. Se celebra el 25 aniversario de la creación del movimiento, en plena Intifada, así como lo que consideran su victoria sobre Israel en el enfrentamiento de ocho días del pasado noviembre. Israel sólo pretendía rebajar el nivel de amenaza a que está sometido el sur de su territorio y restablecer la disuasión, pero para Hamás la mera supervivencia es una victoria.

Es adecuado que dicha organización se denomine movimiento y no partido, porque su estructura es bastante laxa, con corrientes encontradas. Su gran objetivo es izar la bandera islámica sobre todo lo que consideran Palestina, del mar (Mediterráneo) al río (Jordán), que en tiempos del Mandato británico abarcaba también la actual Jordania. El método de liberación es la Yihad, y tienen incesantemente en la boca la palabra resistencia. El Estado de Israel, simplemente, debe desaparecer.

Más allá de esa meta y el procedimiento, su programa político y económico brilla por su ausencia. Tanto, que manda en Gaza sin asumir plenamente las responsabilidades y estructuras de un Gobierno. La mística de la resistencia sigue impidiéndole la transformación. Los habitantes de la Franja se resienten de semejante desgobierno y la popularidad de la organización fluctúa, pero su heroísmo ante el ataque enemigo le brinda apoyos, como acaba de suceder, aunque utilice sistemáticamente a los civiles como escudos humanos. Lo sublime de la causa exige el sacrificio.

La honradez en la administración cuenta como uno de los factores de su éxito electoral, pero esa indecisa asunción de tareas gubernamentales ha sido ya suficiente para que aparezcan los síntomas de corrupción. La intransigencia para con sus competidores del más laico y doctrinalmente nacionalista Fatah y la Autoridad Palestina no es sólo debida a lo que consideran inaceptable tibieza, cuando no traición, de estos, sino a que una reconciliación unificadora les haría perder puestos ministeriales.

El Hamás en el exilio –que en enero abandonó sus cuarteles generales de Damasco por la insoportable incomodidad que representaba ser huéspedes de un régimen que se dedica a masacrar a sus correligionarios sirios–, representado por el ahora aclamado Meshal, es mucho más propicio al entendimiento con Fatah, el partido de Arafat y sus sucesores, lo que implica, a pesar de los abrazos, una línea de fractura con los que controlan Gaza, por más que unos y otros cuenten entre sus objetivos próximos el realizar la reunificación palestina haciéndose con el monopolio de la representación de todo el pueblo, en Cisjordania como en Gaza. Por su parte, el acercamiento de Meshal a la Autoridad Palestina no excluye, ahora, la reclamación de la totalidad de Israel, cuando en momentos anteriores aceptó las fronteras del 67. Demasiadas contradicciones para suponer que a la vuelta de la esquina vaya a haber cambios fundamentales.

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