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La guerra de Obama es contra Bush

Obama no tolerará más fallos. Pero la culpa es de otros, de los funcionarios y no suya. Lleva un año como responsable máximo de la seguridad de los americanos, y el atentado de Fort Hood, primero en suelo americano desde el 11-S, fue en noviembre.

¿Propaganda o eficacia? He ahí la cuestión.

Al Qaeda está en guerra contra los Estados Unidos y Obama la arrea a Bush. El primero en recibir ha sido el ex vicepresidente Cheney por decir que el problema es no reconocer la guerra como dato previo para poner los medios para ganarla. El segundo, Bush, a quien hizo responsable de la creación de la franquicia del grupo terrorista en Yemen. Esto es lo que se llama dar muestras de debilidad...y de poca vergüenza.

La cosa sería de broma si no la hubiera gastado ya la SER hace casi seis años: unos calzoncillos suicidas. Abdullmutallab, nigeriano de 23 años, educado a base de millones en Londres y luego en Yemen, ha estado a punto de volar un avión en Navidad disimulando el explosivo en sus calzones. Y la Navidad, queridos progres y demás damnificados por Educación para la Ciudadanía, es el día en que Occidente tiene por costumbre celebrar el nacimiento de Cristo y, por tanto, una fecha señalada desde el punto de vista religioso.

Tres días después, sin prisas, Obama aparece en televisión desde Honolulu, entre una sesión de toma de helados y otra de golf, sin corbata, a dar el parte del intento de atentado como si fuera el hombre del tiempo, o el portavoz del sheriff del condado.

Acto seguido, empiezan a llegarle los cabos atados. Que si el padre del interfecto había avisado a la embajada en Nigeria, que si había sido radicalizado en Yemen por el mismo imán que aconsejaba espiritualmente, es un decir, al asesino de Fort Hood, Tejas (13 muertos), que si en Yemen había un grupo de Al Qaeda dirigido por uno de los responsables del atentado contra el buque Cole en 2000 (17 muertos), antecedente de los atentados del 11-S, que si dos de los jefes eran antiguos presos de Guantánamo liberados para seguir un programa de rehabilitación en Arabia Saudí, que si los servicios británicos andaban sobre su pista y no podía entrar en Inglaterra...

Zafarrancho propagandístico en la Casa Blanca. Nueva aparición desmintiendo a la ministra del Interior Napolitano por decir que el sistema había funcionado, para decir que no, que no había funcionado. Aprobación inmediata de más dinero para combatir al terrorismo en Yemen, incremento de controles a pasajeros nacionales de países con crecidos números de terroristas (Obama, es una suerte, es el único que puede hacerlo porque nadie le va a llamar xenófobo ni racista), y envío del vicejefe de la seguridad nacional a los programas dominicales.

Versión oficial: Obama no tolerará más fallos. Pero la culpa, que quede claro, es de otros, de los funcionarios y no suya. Lleva un año como responsable máximo de la seguridad de los americanos, y el atentado de Fort Hood, primero en suelo americano desde el 11-S, fue en noviembre.

Segunda parte: no se han conectado los datos. La razón, no dada por Obama, es la que apuntaba Cheney. Las agencias de seguridad necesitan, para no ser sólo monstruos burocráticos, una dirección política que les haga priorizar sus pesquisas. Hasta hace poco, mediante la lucha contra el yihadismo, pero Brennan –ese lince número dos de la seguridad nacional– dijo en agosto que no habría más guerra contra el terror, sino operaciones de contingencia exterior, y que ese argumento ya no era válido.

Última comparecencia –sin preguntas, al líder se le escucha: no se repatriarán más reclusos de Guantánamo a Yemen. El mes pasado ¡seis! Y una coletilla: cerrará Guantánamo, "porque es una de las razones explícitas de la creación de Al Qaeda en la Península Arábiga". El imprescindible ataque a Bush para justificar ante las bases que sigue abierto, y sirve que es una barbaridad. De hecho, cuando no sirve es cuando se convierte en coladero de yemeníes que organizan atentados acá y allá.

Dentro de quince días –su plazo prometido– Obama no cerrará Guantánamo. Y si lo hiciera sería para realojar a sus inquilinos en Illinois. Y tampoco Bagram en Afganistán; ni derogará la Patriot Act; ni las escuchas que bajo esta ley se practican; ni eliminará los programas de asesinatos selectivos en Pakistán, Somalia o Yemen. Esta es la idea: un agente del FBI lee los derechos al nigeriano entrenado en un campamento de Al Qaeda, mientras Obama firma la autorización para la liquidación extrajudicial del imán que lo convenció, y de otros cuarenta que pasaban por allí, habitantes del mismo refugio. ¿Coherente?

Obama ha visto las orejas al lobo, pero no lo bastante. Este es su dilema: o reconoce la guerra –la IV Guerra Mundial– y la lucha como tal, porque las guerras pueden perderse, y deja de atacar cínicamente a su predecesor por implantar las medidas que él aprovecha para preservar la seguridad; o cosechará el peor de los resultados: atentados, y la impopularidad a la que tanto teme.

Tres comparecencias seguidas lo dicen todo. Obama pregunta a su jefe de Gabinete: "Rahm, ¿se ha quedado la gente tranquila? Todavía no, presidente. ¿Otra corbata?".

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