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La izquierda censora y la derecha colaboracionista

La efervescencia liberal-conservadora actual, en radios, blogs, periódicos digitales, think-tanks o asociaciones y agrupaciones de todo tipo, les violenta, les irrita, les molesta y les crispa.

Hay cosas que cambian poco con el paso del tiempo, y hay comportamientos que se mantienen con el paso de los años. En relación con los medios de comunicación, en la España democrática hay dos ideologías que, pase el tiempo que pase, mantienen idéntica relación de desconfianza y aversión ante la libertad de expresión. Se trata, por un lado, de cierta derecha autoritaria y antiliberal, nostálgica y de corte elitista. Y por otro, del izquierdismo radical en cualquiera de sus variedades, independentista o frentepopulista, igualmente antiliberal.

La relación entre ambas es ambigua, porque aunque teóricamente enfrentadas, ambas comparten lo fundamental: la creencia en que la historia avanza en clave progresista, que está determinada por fuerzas económicas, sociales o culturales a las que es inútil oponerse. La izquierda cree en esto de manera optimista, y lo que hace es fiscalizar y en señalar a todos aquellos que se opongan al progreso, a la "modernidad", al laicismo o a los "nuevos derechos". Es así como la izquierda española justifica hoy la vulneración de la libertad de expresión y defiende la censura para quienes le llevan la contraria.

La derecha arcaica también cree en este progreso, aunque no le guste. No cree posible hacer nada ante la izquierda, más allá de contemporizar con ella lo mejor que se pueda, y adaptarse a sus cambios. Esto es, "centrarse", pegarse a la izquierda lo más posible. Es una derecha extemporánea, que no encuentra su sitio ni su tiempo, incapaz de proponer una alternativa real al progresismo: como no la tiene, entiende que lo moderno, lo "liberal" y moderado es actuar de tal forma que el izquierdista no pueda reprocharle nada. En la España actual, se trata de una derecha colaboracionista ante el cambio de régimen de Zapatero.

Frente a ambos se sitúa en España el liberal-conservadurismo contemporáneo. Frente a la izquierda, porque niega que exista el progresismo histórico, y lo discute en todos los frentes culturales o mediáticos. Frente a la derecha autoritaria, porque niega el progresismo que ésta ya ha aceptado, su actitud derrotista y entregada, su incapacidad para construir alternativas y su obsesión por controlar la sociedad civil. La independencia de ésta, la capacidad de articularse al margen del poder político, irrita sobremanera a este tipo de derecha.

En España hoy, el mundo liberal-conservador les parece a los dos una aberración. Para la izquierda, porque le disputa ideas, le quita lectores, oyentes, votantes. Para la derecha nostálgica, porque frente a su incapacidad política y teórica muestra una vitalidad y una capacidad de acción que ésta considera intolerable e incontrolable. A ambas, la efervescencia liberal-conservadora actual, en radios, blogs, periódicos digitales, think-tanks o asociaciones y agrupaciones de todo tipo, les violenta, les irrita, les molesta y les crispa. Por su propia naturaleza intervencionista, ven con sospecha todo ello, que se les aparece como subversivo y peligroso.

Este es el origen de la "crispación" y de la ofensiva contra el mundo cultural y mediático liberal. El juicio y posterior condena a Jiménez Losantos han sido el punto culminante de una ofensiva liberticida inaudita. Durante meses, los medios de la izquierda han ido situando al locutor y fundador de Libertad Digital en el punto de mira de todas sus baterías. Da igual que se tratara de espacios de humor que de portadas de revista, de editoriales que de tertulias, de radio que de televisión o prensa. La campaña pasada y presente contra él ha sido brutal, salvaje, descarnada. A efectos históricos, es la misma campaña que la izquierda desata periódicamente contra todo aquel que pone en peligro su preeminencia social y cultural. En España, cuando alguien en la derecha saca la cabeza, la izquierda se dispone a cortársela. Hoy, sólo Jose María Aznar suscita en la izquierda mayor obsesión liberticida que Jiménez Losantos.

Cumpliendo su papel de compañera de viaje, la derecha colaboracionista se encontró la campaña de agitación izquierdista hecha, y sólo tuvo que adaptarse a ella y culminarla. Se unió a la izquierda contra de la derecha liberal. Que haya sido desde el Partido Popular desde donde se haya hecho el trabajo sucio a la izquierda muestra el peligro real de involución política en este partido, de abandono de principios y actitudes que para un liberal son irrenunciables. En 1996, el Partido Popular presentó un proyecto alternativo al del progresismo, que le acusó de crispación, de poner en peligro la democracia y de usar el insulto como arma política. Ya entonces, la derecha autoritaria compartió este discurso. Pero no fue ganándose la simpatía de la izquierda de los GAL y la corrupción como se ganó entonces, y no será agradando a la izquierda de Zerolo, del Tinell y del pacto etarra como se ganará en 2012. Y mucho menos dejándose llevar por la derecha colaboracionista y autoritaria que sospecha del liberalismo tanto como la izquierda, y que se convierte en el solícito brazo ejecutor contra una sociedad civil liberal-conservadora que está y estará en el punto de mira de la censura izquierdista durante los próximos años.

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