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La vía turca: primavera de ida y vuelta

Ante la impotencia occidental, el islamismo avanza con paso firme. Eso sí, a su velocidad.

Ante la impotencia occidental, el islamismo avanza con paso firme. Eso sí, a su velocidad.

Es ya banal afirmar que el proceso de revueltas en los países musulmanes ha confirmado las peores sospechas. Ante la impotencia occidental, el islamismo avanza con paso firme. Eso sí, a su velocidad. Tras la caída de las dictaduras, la toma directa y brutal del poder por parte de los islamistas tunecinos, egipcios y libios fue considerada por éstos como una estrategia inabordable: Occidente, garante último del desplome de aquellos regímenes, no permitiría una revolución islámica. Así que, descartada la evolución hacia unos regímenes abiertos y moderados que tanto los Hermanos Musulmanes como sus versiones tunecina y libia detestan, quedaba la vía turca.

La evolución, aparentemente pacífica y respetuosa con los regímenes democráticos, hacia la sharia sigue el proceso de involución llevado a cabo por Erdogan en Turquía. Éste tiene la virtud de avanzar implacablemente hacia el islamismo, pero sin levantar las suspicacias occidentales: incluso en Europa se celebró su iniciativa para desplazar al secularizado y occidentalizado ejército, garante último del legado de Ataturk. Se han perdonado también las maniobras para dar cobertura al programa nuclear iraní, así como las provocaciones constantes a Israel.

Constituida en un ejemplo para los islamistas, no es de extrañar la ascendencia de Turquía ante los gobiernos nacientes, de los que Erdogan es fuente de inspiración y de normalización internacional: ¿qué mejor que un miembro de la OTAN para presentar en sociedad al nuevo islamismo norteafricano?

Pero he aquí que la vía turca hacia el islamismo no gozaba de tan buena salud y ha fallado donde nadie pensaba. La tensión a que Erdogan está sometiendo a la sociedad turca está creando problemas que pasaban inadvertidos, como en Túnez antes de la primavera árabe. La ola de protestas actual va más allá de un plan urbanístico y apunta al mismo proyecto político del islamista turco. No sabemos qué ocurrirá con las protestas ni con la estabilidad del gobierno. Pero sí sabemos que la vía turca al islamismo ha fracturado la sociedad de ese país hasta un punto desconocido.

Impulsor y profeta de las primaveras árabes islamistas, Erdogan ve ahora en Taksim lo que él celebraba en Tahrir. En medio de disturbios, con enfrentamientos con sus vecinos kurdos y sirios, provocaciones a Israel y una agenda doméstica islámica, el problema ya no es el sinsentido de la entrada de Turquía en Europa, sino el problema de su futuro en la OTAN.

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