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Los planes de Ahmadinejad

En las últimas semanas Teherán ha sido visitado en secreto por dos personajes muy significativos. Por un lado, Hassan Nasrallah, el líder de Hizbolah, el brazo terrorista iraní en el Líbano; por otro, Muqtada Al Sadr, el líder del iraquí ejército Mahdi.

Los ayatolás de Irán nunca han querido que su programa nuclear se discutiera en la ONU. Ellos sabrán por qué, pero temían que llegaran el momento en que esa organización tomara cartas en el asunto. Pero ese momento ha llegado. Los europeos y occidentales no saben muy bien qué hacer ahora, no obstante. Sin embargo, el presidente iraní sí parece tener claras sus cartas y su juego. De momento ha amenazado a Occidente con el alza del crudo, reteniendo su producción y venta. Y por si las moscas, ante un posible embargo y congelación de sus bienes en bancos extranjeros, ha comenzado a recuperar sus depósitos y trasladarlos fuera del entorno occidental.

Pero hay más. Se acaba de saber que en las últimas semanas Teherán ha sido visitado en secreto por dos personajes muy significativos. Por un lado, Hassan Nasrallah, el líder de Hizbolah, el brazo terrorista iraní en el Líbano; por otro, Muqtada Al Sadr, el clérigo iraquí líder del ejército Mahdi, que tantos problemas ha causado con las tropas de la coalición. Todo parecería indicar que Teherán se apresta a liderar acciones terroristas contra Israel y desestabilizadores en Irak a través de los grupos que sostiene en esas zonas.

Irán no dispone de ninguna razón de peso para querer tecnología nuclear. Ni económica ni tecnológica. Sólo sus ambiciones religiosas y geoestratégicas pueden explicar su deseo de llegar a ser una potencia atómica. Pero en lugar de intentar buscar una solución en el marco de la cooperación internacional, el régimen de Irán se ha enrocado y parece estar dispuesto a lo peor. Y se está preparando para ello. Sus amenazas sobre Israel y Estados Unidos deberían ser tomadas como elementos menos retóricos de lo que parecen, puesto que Irán podría contar con aliados más que suficientes para jugar su juego. Al norte de Israel, sin duda; en el sur de Irak, sin problemas. Le queda Hamas para hacer pinza en el bajo vientre israelí.

Mientras Irán no renuncie sinceramente a su programa nuclear, seguirá siendo un gravísimo problema. Y cuatro más tiempo pase, a tenor de las medidas que parece estar adoptando el régimen teocrático iraní, más complejo será que la comunidad internacional sepa darle una solución. En cualquier caso, Irán debe saber que a veces la inacción es peor que una acción no plenamente satisfactoria. Su empecinamiento puede conllevar muy trágicas consecuencias.

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