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No todo es desatino

El Gobierno de Rodríguez Zapatero ha hecho de la política exterior uno de sus frentes favoritos para escenificar el cambio, el nuevo talante y la nueva posición de España en la sociedad internacional. Desde la rueda de prensa anunciando la retirada de las tropas de Irak hasta la actualidad, los altos miembros del Gobierno han brindado a los comentaristas muchas oportunidades para analizar la nueva diplomacia socialista. Hemos empleado tiempo y espacio para escudriñar sus fundamentos ideológicos, su incompatibilidad con los intereses de España, el “menguante” papel de nuestra nación en la escena internacional y los costes que tendremos todos que ir pagando. Sin embargo, no hemos hecho incidencia suficiente en un aspecto que, por obvio, no deja de ser importante: la incompetencia profesional de los máximos responsables del Ministerio de Asuntos Exteriores.
 
El ascenso de Rodríguez Zapatero a la secretaría general del Partido Socialista fue, entre otras cosas, el resultado de una revuelta de los cuadros intermedios contra el despotismo del entorno felipista, apoyado interesadamente por los sectores nacionalistas periféricos. No era casualidad que fueran segundones. Cualquier comparación con la primera línea, con la foto del Gobierno del 82, resultaría extremadamente favorable para los Solana, Maravall...
 
El nuevo Presidente ha elegido para ministro de Asuntos Exteriores –aparentemente en contra de las presiones de muchos, incluido Polanco– a alguien que no desentona con la nueva dirección: un profesional del que sus compañeros de cuerpo no pueden decir más que “es muy simpático”, que no tiene una trayectoria profesional destacada en la carrera diplomática española y que saltó a la Unión Europea para desarrollar un importante papel en el conflicto israelo-palestino. De aquellos días queda su inigualado record de haberse fotografiado sonriendo más veces que nadie con Arafat y de no haber aportado nada sustancial al proceso de paz.
 
Moratinos es hoy ministro y actúa como era previsible. En pocas semanas ha conseguido atraer sobre sí la atención de los medios de comunicación, que no se acaban de creer el sinsentido de una riada de declaraciones donde una afirmación sucede a la contraria y que involuntariamente comienzan a ejercer la labor de oposición que el Partido Popular renuncia hacer. El ejemplo más reciente, que no único, es el de la cuestión saharui. A día de hoy el Plan Baker vuelve a cobrar sentido, frente a la tesis de ayer, y ¡Dios sabe qué nos espera mañana!
 
Era evidente que el giro estratégico dado por Zapatero tenía costes muy importantes, algunos de los cuales pudieron ser previstos por el entorno del presidente. De ahí que, siendo conscientes de que la posición de España en su litigio con Marruecos por el futuro del Sáhara estaba perdida –pues Marruecos contaba con el apoyo de Francia, Estados Unidos y el Reino Unido–, era necesario asumir la derrota y tratar de presentarla como una victoria. Los saharauis iban a ser traicionados por España una vez más, pero debía hacerse de la mejor forma posible.
 
La suma de viajes y declaraciones ha logrado dos efectos tan indeseables como innecesarios:
 
1.- España ha anunciado que actuará en contra de lo establecido por un conjunto de resoluciones del Consejo de Seguridad. Los socialistas anatematizaron a Aznar porque apoyó a Estados Unidos en una acción sin cobertura jurídica del Consejo, y ahora ellos proceden directamente en contra de la doctrina oficial del Consejo. El hecho es más grave si tenemos en cuenta que la doctrina violada es el resultado del trabajo de nuestros diplomáticos a lo largo de treinta años.

2.- La permanente contradicción entre las declaraciones de unos y otros, o de unos consigo mismos, ha puesto de manifiesto, para propios y extraños, que España tiene tanta vocación de liderazgo como ausencia de política. No saben qué hacer.

Unos profesionales con el nivel de capacitación esperable hubieran podido arbitrar un programa de acción coherente, que evitara ambos problemas y que permitiera a España salir con la mínima indignidad posible de tan bochornosa situación.

El coste de la chapuza salpica a otros importantes socios. Qué decir de determinados medios que durante años nos han dado lecciones sobre la justicia de la causa saharaui, a la vez que han denostado con denuedo a la corrupta y reaccionaria monarquía alauita. Con el peso a sus espaldas de una hemeroteca que acumula pronunciamientos inolvidables, desde los viajes de González a la Unión Soviética hasta nuestros días, ahora se ven abocados a defender lo indefendible, culpando si es necesario al pobre Baker por abandonar una causa perdida.

No sólo hay desatino, despropósito o error en nuestra política exterior, hay también incompetencia y falta de oficio. Una política equivocada se puede ejecutar bien, pero éste, tristemente, no es el caso.
 
GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.

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