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Obama, Hillary y Bengasi

En política, la ocultación de un hecho, especialmente si se hace con una cortina de mentiras, puede ser mucho más grave que el hecho mismo.

En política, la ocultación de un hecho, especialmente si se hace con una cortina de mentiras, puede ser mucho más grave que el hecho mismo. Eso es lo que ha pasado con la historia del asalto al consulado americano de Bengasi, en el significativo día 11 de septiembre, a ocho semanas de las elecciones presidenciales del 6 de noviembre. La divulgación de la verdad hubiera derribado un puntal de la política exterior del candidato demócrata y uno de los más sobresalientes éxitos que exhibía en el plantel de logros de su primera presidencia: la derrota casi definitiva de Al Qaeda mediante la decapitación de su liderazgo, mérito que desde el primero momento, en maniobra de bajo estilo, pretendió apropiarse en exclusiva, por más que se hubiera tratado de un esfuerzo nacional prioritario de toda una década, en el que lo heredado estaba muy por encima de lo que su Administración aportaba.

Tergiversando intencionadamente lo que ocho meses después hemos sabido que entonces ya se sabía, se presentaron los acontecimientos como una manifestación espontánea contra un video antiislámico, a cuyo autor se envió a la cárcel, violando flagrantemente su libertad de expresión, sin duda mal usada; pero si se hubiera tratado de burlas anticristianas ni siquiera hubiera habido denuncia: en Broadway se representaba una comedia ácidamente antimormona sin la más leve objeción legal.

El escándalo en curso consiste en que ahora se ha revelado que la información enviada desde Libia por los funcionarios americanos dejaba meridianamente claro que el asalto no tenía nada de espontáneo y no estaba relacionado con el video. Era la obra perfectamente planificada de un facción local de Al Qaeda y así fue también interpretada por los libios. Es más, de Washington salieron órdenes taxativas a la embajada de Trípoli para que no enviaran ayuda a Bengasi. El portavoz de la Casa Blanca alegó entonces que los acontecimientos eran demasiado próximos como para conocer los detalles. Ahora dice que son agua muy pasada como para que tengan importancia. Desde la izquierda todo se atribuye a infamantes maniobras derechistas.

Los tempranos esfuerzos de tergiversación de Obama y Hillary Clinton traicionan la importancia que la Administración atribuyó al tema. Podía haber modificado los resultados electorales, si bien la torpeza de Romney, con unas poco hábiles declaraciones a sólo horas del asesinato del embajador, le ató las manos para seguir con el asunto. Como mínimo influyó en el apartamiento de Hillary del Departamento de Estado y le costó el puesto a Susan Rice, entonces embajadora en Naciones Unidas y principal candidato para el mismo de Obama, pero, sin haber tenido nada que ver con la historia, fue utilizada para la creación de la cortina de humo informativa. Como mal menor y bien secundario nada despreciable, la Casa Blanca intentó e intenta llevar las turbias aguas hacia el molino Clinton, para delicia de los republicanos, que ven poner en entredicho a su más peligrosa rival en 2016. ¡Como para negarle importancia!

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