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Obama y la estatalización de la sanidad

La defensa histórica de la autonomía individual como freno a ese Leviatán invasor está generalmente considerada como uno de los factores claves del éxito americano.

Como todo lo que afecte al poder de los Estados Unidos, Obama es un factor esencial del panorama estratégico. Él está convencido de que lo está afectando muy positivamente, borrando la fea imagen que le dejó como herencia su predecesor, el fustigado malo de todos sus discursos, sustituyéndola por una cosecha de aplausos y sonrisas sin cuento. Pero hasta ahora no se ha visto una sólo concesión a las posiciones de su país, sólo las que él ha hecho a competidores, rivales y enemigos. En ese sentido, por trivial que parezca, su fracaso en Copenhague con la candidatura de su ciudad para los Juegos Olímpicos de 2016, es todo un paradigma. No fue abnegadamente a demostrar su entrega a una causa "man que pierda". Fue a recoger las mieles del triunfo, y el tiro le salió por la misma culata que a Zapatero la soñada foto, que debería haber sido de coronación universal y él convirtió irremisiblemente en supremo ridículo en esa nación de cuya existencia duda, sin que ello le importe (la supuesta nación, no la foto).

Aunque la progresiva revelación de la vaciedad de su machacona retórica pueda haber comenzado ya a volverse contra la popularidad interna del joven presidente, lo que más está erosionando sus índices de aceptación es el rechazo mayoritario y el recelo generalizado respecto a sus planes para crear una sanidad estatal. El otro tema que se perfila como triturador de la halagüeña imagen de Obama entre sus compatriotas es Afganistán.

Para los europeos, con más de un siglo de seguridad social en progresión creciente en manos del Estado, resulta tan difícil de comprender las posiciones americanas como otros rasgos peculiares de su sistema político. Para explicarlo hay que partir de la desconfianza frente a un Estado omnipresente y con poderes cada vez mayores. La defensa histórica de la autonomía individual como freno a ese Leviatán invasor está generalmente considerada como uno de los factores claves del éxito americano. La plena absorción por parte del Estado de un sector económico evaluado en un 18,5% de una economía de casi 14 billones de dólares, representaría un paso gigantesco en esa dirección. La experiencia universal, de la que los americanos son conscientes, es que el paso se salda con aumento de los costes y descenso de la eficacia en las prestaciones.

Los americanos creen tener la mejor sanidad del mundo, aunque también la más cara. No se sienten tentados a cambiarla por otra peor y todavía más costosa. A pesar de ese subgénero hollywoodense en que las compañías privadas recurren a toda clase de arteros trucos para eludir sus obligaciones, mientras heroicos abogados luchan por defender al débil contra los desaprensivos poderosos del feroz capitalismo sanitario, la realidad suele ser bastante diferente. En las encuestas, dos tercios se sienten muy o razonablemente satisfechos con lo que obtienen por su dinero, mientras que todos culpan al atroz sistema de daños y perjuicios de la duplicación de los costes de la medicina. En efecto, los médicos transfieren la mitad de sus ingresos, lo que significa que doblan sus honorarios, a los seguros que los resarcen en los casos de las frecuentemente abusivas condenas por errores, mientras que las pingües ganancias de las que los abogados se lucran, de hasta el 50% de las indemnizaciones, son en parte donadas por sus receptores al partido demócrata para que no reforme un tan universalmente denostado sistema, que muchos ciudadanos consideran la condición previa para empezar a hablar de cambios en las sanidad con visos de mejora.

Por otro lado sanidad pública sí existe y de grandes dimensiones. Se trata de programas multimillonarios que se llevan la mitad del presupuesto federal, pues no son financiados por cotizantes, sino que son gratuitos para sus beneficiarios, por cuanto van a cargo de los impuestos. Otra diferencia con nuestros hábitos. Obama promete que su proyecto, en continuo flujo, no aumentaría los gastos gracias a los ahorros en los enormes fraudes y dilapidaciones en esos programas. La respuesta popular es obvia: hágalo usted primero.

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