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Obama y los gustos del PP

El problema, en todo caso, es Obama. No es un candidato cualquiera. Ni por su curriculum vital, ni por su ideario político. Es como si Mariano Rajoy hubiera tenido como amigos durante años –y se siguiera viendo con ellos– a Txikierdi y Pakito.

No sabemos qué opinan los setecientos y pico mil afiliados al partido, ni si el PP tiene una posición oficial al respecto, pero varios dirigentes populares muy próximos a Rajoy, como González Pons y Jorge Moragas entre otros, han declarado sus preferencias por que Barack Obama sea el próximo presidente de los Estados Unidos.

Eso sí, salvo tonterías como que Obama se aproxima a las clases medias americanas como aquí lo hace el PP con las españolas –que lo único que demuestran es un profundo desconocimiento del debate norteamericano y de las clases medias de aquí y allá–, las razones de tal entusiasmo por el candidato demócratas no están nada claras.

Hay quien afirma que no les importa nada el candidato en sí, sino la posibilidad de que un negro llegue a la Casa Blanca, lo que no es un juego de palabras. Eso representaría que el país que tuvo una guerra civil por el esclavismo –lo que no es del todo exacto, pero sí real–, sería el paraíso de las oportunidades. Problema con esta lógica: se basa en la discriminación positiva de que un negro, por ser de color, tiene que poder llegar a lo más alto, independientemente de lo que diga, piense y haga. Aún peor, equivaldría a que en nuestro terruño, deberíamos aupar a un musulmán a líder de la oposición y luego a presidente, para demostrarnos que hemos superado el enfrentamiento de la Reconquista. Lógico, ¿no?

Otros hablan de asuntos más superficiales, desde el empaque público de Obama, a la forma de organizar sus mítines que parecen fiestas o el sistema de recaudar fondos por Internet. Para éstos Obama sería muy moderno. Problema: que confunden la política con el marketing y que se olvidan por completo de las ideas que defiende. Traducido a España equivaldría a abandonar el debate ideológico a favor de rasgos infantiles para hacer una política festiva y de masas. Lo suyo es ser queridos y celebrados y, en la estela de Marx (Groucho, no Karl), si los principios no gustan, no importa, se cambian por otros que si gusten. Eso sí, con mucha gracia.

Puede que algunos muestren su apoyo a Obama porque crean a estas alturas que su victoria es inevitable y prefieran evitar las críticas del PSOE por estar con Bush y el supuesto campo perdedor, discurso que se agita más que eficazmente desde Ferraz. No creerían en lo que es Obama, pero prefieren sumarse al caballo ganador. Esto no deja de ser un acto políticamente táctico, pero eso sí, profundamente cobarde.

El problema, en todo caso, es Obama. No es un candidato cualquiera. Ni por su curriculum vital, ni por su ideario político. Es como si Mariano Rajoy hubiera tenido como amigos durante años –y se siguiera viendo con ellos– a Txikierdi y Pakito; o como si hubiera asistido devotamente a los sermones del cura Clemente; o como si su mujer afirmara que sólo estaría orgullosa de España cuando su marido llegara a presidente. ¿Usted votaría a un tipo así? ¿Y si asegurase que lo primero que haría en el poder es sentarse a hablar con los dirigentes de ETA? Pues todo eso es lo que es y dice Obama que hará.

El PP es tan liberal que deja que sus máximos dirigentes opten por el candidato americano que más les guste. ¿Haría lo mismo si se tratara de una elección europea? ¿Podría Mariano Rajoy asistir a un mitin de Sarkozy mientras sus jefes de comunicación y de internacional apostaran por Segolene Royal? ¿Puede el PP apoyar a los conservadores alemanes a la vez que a los socialistas italianos? Si esto resulta absurdo, ¿por qué entonces el apoyo a los demócratas de Obama, que no es sino como los socialistas de Zapatero? A muchos votantes del PP les preocupan estas cosas. Y lo que es peor, Don Jorge Moragas se debería preocupar de tener los mismos gustos que Pepiño Blanco. ¿O no?

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