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Pequeñas grandes elecciones

Si para dentro de un año la economía estuviera creciendo visiblemente, Obama tendría las elecciones en el bolsillo, pero si se hubiese votado hoy, sus mayorías parlamentarias habrían quedado drásticamente reducidas, si no es que llegaba a perderlas.

Hubo elecciones en Estados Unidos, justo un año después de la victoria de Obama, siempre el primer martes después del primer lunes de Noviembre, que volvió a caer en 4. Las importantes son las de los años pares. En 2010 se renueva toda la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. Las actuales se llaman off-year, "de fuera de año". Muchas locales, un par de distritos congresionales que habían quedado vacantes y dos gobernadores de estados medianos, políticamente significativos: Virginia, en las afueras meridionales de Washington, y Nueva Jersey, en el corazón de la muy demócrata –adjetivo partidista, a no confundir con el genérico demócratico– Nueva Inglaterra. En conjunto, un revolcón para Obama, que se desvivió, sin conseguirlo, por mantener en manos de su partido los gobiernos de ambos estados. Sí lo hizo en la elección del representante del distrito neoyorkino 23, porque los republicanos se dividieron y su candidata oficial, muy escorada a la izquierda, terminó desistiendo a favor del partido opuesto, pero los disidentes que se agruparon bajo bandera conservadora le pisaron los talones al vencedor.

Como la zorra con las inalcanzables uvas, muchos comentaristas demócratas han despreciado el bofetón electoral, conmiserándose de un Partido Republicano presa de un conservadurismo supuestamente extremo que los confinaría a la perpetua irrelevancia, poco menos que a la extinción.

Pero los resultados vienen a coincidir con la continua caída de Obama en las encuestas, a un ritmo bastante excepcional en la historia del primer año de una presidencia. Siempre hay que contar con la volatilidad de la opinión americana, con núcleos de inquebrantable fidelidad partidista mucho más pequeños que los nuestros. Si para dentro de un año la economía estuviera creciendo visiblemente y, sobre todo, el paro siguiera claramente la evolución contraria, Obama tendría las elecciones en el bolsillo, pero si se hubiese votado hoy, sus mayorías parlamentarias habrían quedado drásticamente reducidas, si no es que llegaba a perderlas.

Los cambios en la opinión trascienden las adhesiones partidistas y si se mantienen podrían significar una transformación histórica en la política americana. En este momento, los que se identifican como conservadores vienen a ser el doble de los que lo hacen como líberals (izquierdistas, más o menos al estilo de los socialdemócratas a la europea, con numerosas diferencias que salvar). Aproximadamente 40% frente a 20%. En intención global de voto, sin embargo, los demócratas siguen estando por delante aunque los republicanos, hace poco tan a la zaga, ya les pisan los talones. Sorprendentemente, en identificación de partido, los demócratas casi doblan a los republicanos, lo que explica la arrogancia de los primeros.

Las cifras no casan porque no son homogéneas. Partido, ideología y voto no son la misma cosa. Tampoco es lo mismo votar local que nacionalmente. Pero, sobre todo, falta un elemento que nos complica todavía más los porcentajes, pero que es de importancia trascendental. Los llamados independientes, los que no se identifican con ninguna de las dos grandes entidades de la política organizada. Este no-partido es el que ha registrado un mayor crecimiento. Sobre el 30% de los encuestados y subiendo. En este cajón de sastre hay de todo, pero los conservadores son ya predominantes. Los independientes estuvieron mayoritariamente con Obama y fueron los elementos decisivos de su victoria, pero ahora lo abandonan en bandadas. Este sustancioso fragmento del electorado sin compromiso partidario se inclina ya en dos tercios por los republicanos.

Lo que destaca de este complejo panorama es la fuerte desilusión y escepticismo del ciudadano medio respecto a la política y los políticos. Si no fuera por la gran tradición democrática del país, profundamente asentada en sus genes culturales, sería como para inquietarse. En todo caso, introduce un importante factor de incertidumbre. El país sigue creyendo en la necesidad de cambio, pero cada vez confía menos en que Obama aporte el adecuado.

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