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Por qué no quieren a la ONU

No les quieren en estas tierras pero tampoco en muchas otras. Unas veces por ser incapaces de frenar masacres, otras por no ver los abusos de su personal, y siempre por su lamentable ineficacia. ¿Quién quiere a una organización así?

La idea de que la propagación del cólera en Haití ha convertido al contingente de la ONU en un símbolo de todos los males que vive el país no es del todo cierta. Porque no es la primera vez que los cascos azules, desplegados para ayudar a alcanzar cierta estabilidad en el país, están en el punto de mira de la población haitiana.

Cuando la MINUSTAH se desplegó en 2004, era la séptima vez que Naciones Unidas intervenía en el país. Volvía porque nunca llegaba a consolidarse un verdadero sistema democrático, la seguridad y el orden público eran débiles, el tráfico de drogas aumentaba y proseguían las violaciones de los derechos humanos y la corrupción. Las misiones anteriores a la MINUSTAH nunca permanecieron el tiempo suficiente como para resolver los problemas profundamente arraigados, y poco hacían con unos mandatos tan débiles. Vamos, lo de siempre.

La nueva fuerza de la ONU en Haití –en la participó España y salió de mala manera– contaba esta vez con gran presencia latinoamericana queriendo demostrar el compromiso de la región con el pequeño país. Brasil asumió el mando, interesado más en la proyección internacional de la misión y en las posibilidades que le pudiera abrir para ser aceptado como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Casi seis años después del despliegue de los cascos azules, y justo antes del terremoto que asoló el país en enero de 2010, los pocos progresos no habían cambiado apenas las condiciones de vida de los haitianos de extrema miseria y de extrema dependencia.

Los uniformados de la ONU han recibido continuas críticas por las insatisfactorias respuestas ante los problemas del país. Consta incluso en los propios informes del secretario general de Naciones Unidas sobre Haití la sucesión a lo largo de estos años de protestas de repudio a la MINUSTAH instando a que se retirara el personal de mantenimiento de la paz. En parte como muestra de la impaciencia de la población ante la falta de avances socioeconómicos, pero también por varias acusaciones de abusos sexuales contra la población. En noviembre de 2007, se repatrió un batallón de Sri Lanka, después de que centenar de sus integrantes fueran acusados de abuso y explotación sexual.

Antes del terremoto se cuestionaba la presencia de la MNUSTAH y los más optimistas auguraban su partida en 2010 tras los procesos electorales. Pero el seísmo dejó un panorama desolador y puso al país en una posición extrema. Corrió en ayuda la comunidad internacional siendo los soldados norteamericanos los primeros en acudir en ayuda de la población. Éstos se quejaron al llegar a Haití de que las tropas de la ONU habían dejado una mala reputación a los hombres de uniforme.

Once meses después, la población sigue viviendo de forma precaria con 1.300.000 personas repartidas en campamentos sin perspectiva de abandonar esa situación a corto plazo. Y continúa la presencia de la MINUSTAH porque es cierto que se necesita a alguien que trate de mantener la seguridad en el terreno dada la limitada capacidad del Estado haitiano para proteger a sus ciudadanos en unas condiciones tan precarias. Unas condiciones que no hacen más que favorecer el contagio del cólera, una epidemia de la que se acusa a los cascos azules de traerla.

El cólera ha hecho crecer la tensión y la hostilidad contra la ONU y, como se ha visto, no es la primera vez. Ahora varios candidatos a las elecciones de noviembre han pedido la salida de las que denominan fuerzas de ocupación o tropas coloniales. No les quieren en estas tierras pero tampoco en muchas otras. Unas veces por ser incapaces de frenar masacres, otras por no ver los abusos de su personal, y siempre por su lamentable ineficacia. ¿Quién quiere a una organización así?

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