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Por una reacción ciudadana

El actual Partido Socialista es mucho más antiliberal que su predecesor y, sobre todo, es más populista. Chávez, que no Mitterrand, parece ser el faro que guía sus actos

La política es siempre un ejercicio ideológico, aunque quien la practique ni haya leído un libro ni tenga previsto hacerlo en los meses siguientes. En cada uno de los actos de un gobierno podemos rastrear su visión de lo que una sociedad debe ser o del margen de libertad que corresponde a cada ciudadano. En ciertos momentos, cuando el debate político se centra en temas mayores, como el Tratado de la Constitución Europea, entonces ese componente ideológico se hace más evidente.
 
Muchas son las páginas que Libertad Digital ha dedicado a glosar las extraordinarias declaraciones de “artistas” que no han dudado en poner su voz a la campaña organizada por el Gobierno para pedir el voto favorable al tratado en cuestión, reconociendo sin pudor que ni lo han leído ni tienen intención de hacerlo. El tema se las trae y nos proporciona una buena imagen de lo que la sociedad española es a día de hoy y de lo que se puede esperar de ella. Pero mucho más grave es la declaración del ministro de Justicia, afirmando que no es necesario leer el tratado para saber que es bueno y, consiguientemente, que hay que votar favorablemente. El señor ministro, a la postre catedrático de Universidad, refleja con claridad la visión que el Partido Socialista tiene de lo que es ser español.
 
A Felipe González, no sin un punto de cursilería gala, le gustaba hablar de”ciudadanos”. Era a todas luces intencionado rescatar el espíritu republicano, donde cada persona es portador de derechos y deberes, un elemento activo en el proceso político y, sobre todo, un ser dotado de dignidad. Sin caer en la tentación de idolatrar al que fuera Presidente del Gobierno español -nada más lejos de nuestra intención-, es justo reconocer que Zapatero responde a otra concepción, a otra estética y a otra práctica de la política. El actual Partido Socialista es mucho más antiliberal que su predecesor y, sobre todo, es más populista. Chávez, que no Mitterrand, parece ser el faro que guía sus actos, aunque el marco europeo y la propia sociedad española no faciliten la labor. Si el dirigente venezolano asalta tierras privadas, nuestro ZP lo intenta con bancos, por ahora con menor suerte. Mientras la vieja guardia felipista intenta que contenga a Chávez -no pueden olvidar a su amigo Carlos Andrés Pérez- y le dificultan el asalto al BBVA.
 
Varias son las razones para votar “no” en el referéndum. Ahora tenemos una más. No podemos aceptar que el Gobierno nos insulte y nos trate como masa amorfa, seres que renuncian a pensar, a tener criterio propio, dispuestos a seguir las sabias sugerencias del Poder como si en el Mundo feliz de Aldous Huxley nos encontráramos. Tenemos el deber de rebelarnos y exigir el mínimo respeto a nuestra dignidad. Para votar lo que se considere oportuno hay que conocer y, en el caso del Tratado, eso supone leer. Decía hace unos meses el actual Presidente de la Unión que esperaba que nadie leyera el texto porque si lo hacía lo más probable es que votara en contra. Sabía de lo que hablaba. Cada vez más, desde instancias próximas al Gobierno se reconocen sus carencias y se opta por el argumento más tremendista: si el Tratado no es aprobado la Unión daría un paso atrás y se entraría en un peligroso período de incertidumbre. No nos dejemos engañar, el texto es un fallido que no responde al encargo que se hizo a la Convención; los intereses de España son violentados; se favorece la formación de un directorio reducido de grandes potencias; el Partido Socialista utilizará el resultado favorable en beneficio propio y, por último, la campaña se está caracterizando por un trato humillante al ciudadano, al que se invita a votar sin pensar, sin tratar de conocer aquello que es objeto de supuesto debate.
 
El referéndum sobre el Tratado de la Constitución Europea refleja una forma de entender la política, que se caracteriza por su rechazo a los valores del liberalismo y por un populismo inaceptable en la Europa del siglo XXI. Votar “no” es mucho más que rechazar un texto, es también rechazar a un Gobierno dispuesto a utilizar el resultado en beneficio propio y, sobre todo, a una forma de entender la política contraria a los principios y valores de la democracia liberal.
 
GEES, Grupo de Estudios Estratégicos

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