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¿Puede ETA vencer perdiendo?

Cuanto más débil se encuentre la banda, más posibilidades hay de que se sume al desguace nacional de Zapatero y negocie con él el desahucio español en el País Vasco.

En 2004, Zapatero heredó una ETA debilitada hasta tal punto que su actividad comenzaba a ser operativamente inviable. Nunca había estado la banda tan débil como en marzo de 2004, en todos sus frentes: en el "armado", en el institucional, en el social, en el económico. Ni con la salvaje ofensiva de finales de los setenta y principios de los ochenta, ni con los crímenes más brutales (Vic, Zaragoza, República Árgentina, Miguel Angel Blanco), flaqueó el Estado. De hecho, en los últimos treinta años, la convicción de que el Estado jamás se rendiría ante ETA hizo más fuerte a la democracia, y debilitó moralmente a la banda terrorista. Perdía año tras año.

Cuanto menos partidario se muestra el Estado de negociar, más débil se muestra ETA. Y al revés: cada vez que el Estado da muestras de querer negociar con la banda, ésta lo interpreta como un signo de debilidad. Todo esto saltó por los aires con la llegada de Zapatero a la Secretaría General del PSOE. Recordemos que, en marzo de 2004, los enviados del PSOE llevaban tiempo negociando con ETA. Y a partir de esa fecha, la banda consiguió uno de sus objetivos eternos: ser reconocido por el Estado español como interlocutor válido, y además con arbitraje internacional.

Zapatero negoció con ETA, y llegó a acuerdos. Que sepamos, lo hizo respecto a la situación de los presos, de las marcas electorales etarras, del futuro marco jurídico del País Vasco y de la anexión de Navarra. Eso sí, a la hora de la verdad, cuando la banda le exigió que cumpliese lo pactado e iniciara los cambios políticos e institucionales acordados, ZP se echó atrás, afortunadamente. La presión popular y el miedo a la factura electoral hicieron que Zapatero –por otra parte siguiendo lo que es habitual en él– diera largas a la banda. Tras el crimen de la T-4, sus enviados buscaron desesperadamente que ETA no rompiera oficialmente la tregua. Los etarras, escarmentados, no le hicieron caso.

De entonces aquí, existe un sentimiento dentro del entorno etarra de estar siendo objetivo de una venganza continua. Tras meses de un trato exquisito por parte del Gobierno, que usó los instrumentos del Estado a favor del diálogo con la banda, ésta observa ahora cómo se suceden las detenciones, ilegalizaciones y sumarios que antes estaban convenientemente parados. Hoy, tras años de bonanza, vuelve a estar contra las cuerdas.

Ahora, a ETA se le acaba el tiempo. Otra vez pierde. Parte de los suyos –los presos, entre otros– se lamentan del fracaso de las conversaciones, y culpan a la banda de una posición maximalista. Piensan, con razón, que nunca el Estado ofreció tanto a ETA, que nunca la banda había estado tan a punto de lograr algunos de sus objetivos. Así, hoy el debate dentro de ETA no parece estar en si dejar las armas o no, sino en si había que haber aguantado negociando más tiempo. Y si habría que volver a retomar el diálogo allí donde fue dejado.

Y esto abre un peligro real para otra negociación. Primero, porque el Gobierno jamás se ha arrepentido del diálogo, y su visión del País Vasco sigue siendo la misma visión que le llevó a negociar con ETA: un nuevo marco jurídico "para todos" y "sin exclusiones". Su oferta política sigue intacta. Así que, en segundo lugar, sólo basta que ETA vea la oferta de Zapatero como una salida digna para un futuro cada vez más oscuro, para que vuelva a sentarse en la mesa.

Estaríamos entonces en las mismas que en el año 2006, pero con dos salvedades. Primero, que tanto unos como otros son conscientes de que todo debe hacerse en secreto. Y segundo, que ahora sí, la banda podría aceptar lo que ZP le ofrece porque en el fondo es parte de su programa: ruptura constitucional, voladura estatutaria vasca, acercamiento inexorable de Navarra vía "Gobierno de progreso".

Lo peor del asunto es que esto depende ahora de los cálculos etarras. Paradójicamente, cuanto más débil se encuentre la banda, más posibilidades hay de que se sume al desguace nacional de Zapatero y negocie con él el desahucio español en el País Vasco. Cuánto más operativamente débil se vea, más posibilidades de éxito político puede tener. Existe el peligro real de que ETA, que no ha conseguido nada matando en decenios, sea capaz de hacerlo dejando ahora de matar. ETA puede vencer perdiendo. Hoy, como en 2007, una necesidad se abre paso: verificar a Zapatero.

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