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Que no sea Al Qaeda

La escena de pánico en la meta recordó al 11-S, cuando Al Qaeda logró lo que no consiguieron nazis ni soviéticos: golpear a América en su territorio.

La escena de pánico en la meta recordó al 11-S, cuando Al Qaeda logró lo que no consiguieron nazis ni soviéticos: golpear a América en su territorio.

Hace poco, en Gaza quiso celebrarse un maratón, así que Hamas prohibió la participación femenina en la prueba. Anteayer, en Boston celebraron un maratón en el Día de los Patriotas, que conmemora las batallas de Lexington y Concord, punto de partida de la revolución americana (1775). La contraposición no puede ser más significativa.

La escena de pánico en la meta recordó al 11-S, cuando la islamista Al Qaeda logró lo que no consiguieron nazis ni soviéticos: golpear a América en su territorio. El atentado de Boston ha dejado tres muertos pero ninguna reivindicación. Como los ataques indiscriminados suelen ser yihadistas, una calma tensa rodea la investigación. Sobre todo desde que Obama y un senador republicano por Mississippi recibieran un envío sospechoso y una toxina letal, respectivamente. Tras el 11-S, en el Congreso se recibieron sobres con ántrax.

Policías armados y acorazados han tomado Boston, y se ha reforzado la seguridad en intereses judíos locales.

Ciudadanía y autoridades mantuvieron bajo control la amenaza terrorista desde 2001. También la suerte. Esta no evitó que Nidal Hasan, un soldado influido por el islamista Al Aulaqui, se llevara 13 vidas por delante en Fort Hood, pero sí que explotaran la bomba de Times Square (2010) y el explosivo que llevaba oculto en los calzones el nigeriano islamista Abdulmutalab (2009).

Al Qaeda ha pasado a usar otras tácticas, dada su dificultad para perpetrar ataques directos. Los materiales de las bombas de Boston son similares a los usados por el soldado tejano Naser Jason Abdo, acusado por el FBI en 2011 de conspirar para asesinar a sus compañeros. El FBI consideró en el juicio que sólo hubiera necesitado media hora, siguiendo las instrucciones de una revista, para fabricar una bomba como la de Boston.

En 2010, una publicación de Al Qaeda en la Península Arábiga describía detalladamente cómo construir bombas con ollas a presión prescindiendo de químicos que susciten curiosidad en la Policía. En el atentado frustrado de Times Square la Policía se incautó de una. Estas bombas preocupan bastante desde que se supo que su confección se enseñaba en campos terroristas de Afganistán.

La prudencia del FBI de Obama es comprensible, pero no debe parecerse a la que durante meses confundió a la opinión pública sobre el asesinato del embajador en Libia. Entonces el problema oficial era una manifestación espontánea causada por un video idiota que denigraba el islam. Esa falaz versión no tenía nada que ver, en plena campaña electoral, con la realidad: unas milicias islamistas asesinaron al embajador y a tres personas más el pasado 11 de septiembre. Reconocerlo hubiera desmentido el mantra obamita de que la marea de la guerra está remitiendo. No en su uso de los drones.

Sudar por la calle de la gran ciudad será un entretenimiento incomprensible para sociedades menos holgadas, pero debe preservarse este lujo de naciones ricas y libres, como demuestra el detalle de Gaza. La eficacia antiterrorista americana, que implica desde las dos invasiones a los asesinatos selectivos, no será total, pero es necesaria. Que nadie se engañe, la guerra continúa y la libertad sigue teniendo un precio.

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