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Siria: conferencia y misiles

Moscú vuelve a jugar fuerte e Israel sube la apuesta al mismo nivel; si de farol o con un póker de ases, no lo sabemos.

Cuando la guerra da muestras de cambiar de signo y favorecer de nuevo al poder constituido, Kerry, el secretario de Estado del segundo turno de Obama, todavía en fase de estreno, quiere poner su impronta convocando una conferencia internacional sobre el conflicto en curso. Su interlocutor privilegiado es Rusia. El principal e indispensable soporte de Al Asad está en Teherán, pero Moscú cuenta mucho más diplomáticamente. Si le retirase abiertamente su apoyo, el régimen nominalmente baazista de Damasco estaría condenado. Putin, desde luego, quiere ser pieza clave de todo lo relativo a su único amigo en el Oriente Medio. No sólo sigue oponiéndose a socavar la posición de su aliado informal, sino que continúa apadrinándolo activamente. Al tiempo que no se niega ni se compromete con la idea de una conferencia, da la gran zancada de proporcionar a Al Asad misiles S-300, la joya de las armas antiaéreas rusas. La promesa no es muy explícita y no carece de ciertas ambigüedades.

Es de suponer que, con un armamento tan avanzado, la posibilidad, francamente remota, de que los Estados Unidos estableciesen una zona de exclusión aérea sobre los cielos sirios para impedir que los rebeldes y las poblaciones que los apoyan fuesen atacados desde el aire se desvanecería. Lo que tiene una consecuencia más inmediata es que también deberían quedar vetadas las incursiones aéreas israelíes para bombardear el armamento iraní destinado al Hezbolá libanés, pilar secundario pero nada despreciable del Gobierno sirio. La respuesta del jefe de la aviación militar israelí ha sido que se atreven con los temibles S-300. Sólo los muy expertos pueden juzgarlo, y posiblemente no con toda seguridad. Putin ha estado tiempo coqueteando con los ayatolás precisamente con esos juguetes, y los americanos pusieron en el cielo moscovita un grito lo suficientemente estentóreo como para que el señor del Kremlin dejara de coquetear. Está claro que en Washington pensaban que, como mínimo, Teherán consideraría que la opción americana de atacar sus instalaciones nucleares quedaría anulada.

Ahora Moscú vuelve a jugar fuerte e Israel sube la apuesta al mismo nivel; si de farol o con un póker de ases, no lo sabemos. Abortar la instalación de los misiles estaría entre sus capacidades, pero representaría el tremendo desafío político de llevarse por delante vidas rusas. Si vuelan las baterías ya operativas, infligirían una tremenda humillación a los rusos y les estropearían un apreciado negocio de pavoneo y de lucrativas exportaciones. Por otro lado, la instalación es muy compleja y llevaría meses, y más todavía preparar a militares sirios para que las manejen autónomamente. Si el control permaneciera en manos rusas, de nuevo nos encontraríamos con una grave escalada en la implicación de Moscú en el conflicto y en el coste político de una acción israelí.

Mientras tanto, revolotea la idea de la conferencia, sin levantar realmente el vuelo. Fue un método muy socorrido en el siglo XIX, y todavía sirvió para liquidar la primera guerra mundial. Requiere un mínimo de acuerdo previo tácito que no se ve por ninguna parte en las circunstancias actuales.

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