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Socialismo y democracia

Bien está que Felipe González se sienta escandalizado por lo que está ocurriendo en Venezuela, Bolivia... y por el insensato comportamiento de sus camaradas socialistas en España ante esta grave amenaza a la libertad

Felipe González ha hablado con franqueza del peligro que supone el populismo bolivariano para la democracia en América Latina y lo ha hecho fijándose en uno de los temas clave del viejo debate sobre esta forma de gobierno. Según el ex presidente español la democracia no es sólo un mecanismo para elegir Gobierno, una mera forma, sino algo más. Las críticas de González a Chávez no son nuevas; su amistad con destacados dirigentes socialistas venezolanos le llevó a ver con simpatía el fallido intento de golpe de estado contra el también fallido golpista bolivariano. Sin embargo, este argumento no está, ni mucho menos, en el bagaje de la izquierda española.

Muchos españoles hemos crecido oyendo comentarios despectivos contra la democracia burguesa, mero "formalismo" que escondía tenebrosos mecanismos garantes del poder hegemónico de la burguesía. Ese sí es el bagaje de la izquierda española: el desprecio por la democracia liberal entendida como mero formalismo. La crítica estaba bien fundamentada desde su posición ideológica. La democracia liberal es la expresión jurídico-política de unos valores, de una forma de entender el papel del individuo en la sociedad. Qué duda cabe que también tiene un fondo práctico, desde que los antiguos griegos comenzaron a desarrollar sus instituciones. La democracia es un mecanismo calibrado a lo largo del tiempo para resolver el siempre complejo proceso de toma de decisiones. No se trata de negar lo obvio, sino de destacar lo fundamental.

Como esos valores eran rechazados por la izquierda social se limitaron a utilizar las instituciones democráticas para conquistar el poder y, desde allí, trasformar la sociedad imponiendo los suyos. El ejemplo más claro lo dio Alfonso Guerra cuando nos comunicó que había llegado el momento de enterrar definitivamente a Montesquieu, es decir acabar con la arcaica separación de poderes. Para el socialismo español los poderes no están para vigilarse y equilibrarse mutuamente, el sistema anglosajón de check and balance, sino para acomodarse a una sola voluntad. No hay miedo a los excesos del poder, sino ansia por controlar sus resortes y usarlos. ¿Cómo entender si no la desastrosa situación tanto del Poder Judicial como del Tribunal Constitucional o el uso indiscriminado de la Corona para fines partidistas?

Bien está que Felipe González se sienta escandalizado por lo que está ocurriendo en Venezuela, Bolivia... y por el insensato comportamiento de sus camaradas socialistas en España ante esta grave amenaza a la libertad y al bienestar de millones de latinoamericanos. Sin embargo, no estaría de más que repasara su propia gestión y revisara aquellos actos que se caracterizaron precisamente por tratar la democracia española como un mero formalismo. Tampoco vendría mal que reflexionara en público sobre cómo entiende el actual Gobierno español la democracia y cómo la defiende aquí y al otro lado del Atlántico.

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