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Túnez. Consecuencias inmediatas

El afianzamiento de los islamistas radicales en Libia y las convocatorias electorales este mismo mes en Marruecos y en Egipto están demasiado cerca como para que las corrientes que emanan del escenario de la revuelta tunecina no tengan su incidencia.

La victoria de EnNahda (Renacimiento) en las elecciones a la Asamblea Constituyente tunecina no tiene sólo relevancia en términos nacionales, sino también en el entorno inmediato norteafricano. El afianzamiento de los islamistas radicales en el nuevo poder libio y las convocatorias electorales previstas este mismo mes en Marruecos y en Egipto están demasiado cerca como para que las corrientes que emanan del escenario de la revuelta tunecina no tengan su incidencia en dichos procesos.

Si algo ha puesto de manifiesto el ascenso del movimiento de Rachid Ghannouchi es que no sólo los islamismos barren recogiendo las semillas de años de oposición a los regímenes que ahora caen, sino que además el avance de tales corrientes no preocupa a los mandatarios occidentales. Desde la Comisión Europea, supranacional, y desde el Consejo Europeo, intergubernamental, la Unión Europea no sólo acepta sino que incluso bendice los procesos norteafricanos, y por lo que parece desde la OTAN se hace lo mismo. Poco importa ya que el Primer Ministro del Consejo Nacional de Transición libio, Mahmoud Yibril, haya sido defenestrado para ser sustituido por Abdelrahim Elkib, el candidato de los islamistas radicales, o que los Hermanos Musulmanes asomen en Egipto ante lo que podría ser una maniobra permisiva del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas para dejarles asumir el poder político a fines de mes. Desde el Servicio Europeo de Acción Exterior, y desde otras instancias de la UE, se acepta sin discusión el discurso oportunamente moderado por los islamistas norteafricanos.

El problema en adelante será la posible radicalización de estos grupos –o más bien su vuelta a sus posiciones tradicionales – una vez ocupen el poder. EnNahda, en Túnez, tiene al radicalizado e ilegal Ettahrir (Liberación) para tirar de él hacia las posturas propias del salafismo, y los Hermanos Musulmanes egipcios también tienen en su entorno a los flecos de los grupos terroristas que en los ochenta y en los noventa sembraron el terror en el país. Más cerca de nosotros, en Marruecos y Argelia, el islamismo ‘moderado’ del Partido de Justicia y Desarrollo (PJD) y del Movimiento de la Sociedad por la Paz (MSP), respectivamente, también pueden verse invitados a radicalizarse para no perder protagonismo frente a grupos que actúan desde la alegalidad (Justicia y Caridad, en Marruecos) o desde la ilegalidad (los activistas del Ejército Islámico de Salvación e incluso del Grupo Islámico Armado liberados por generosas amnistías, en Argelia). Sabemos bien que no todos los islamismos son iguales, pero también sabemos que el contexto cuenta, y mucho, y desde luego el que ahora se vive en el norte de África es más propicio para alimentar el radicalismo que la moderación. Eso del ‘modelo turco’ está muy bien como axioma culturalista, pero el escenario de guerra civil en Libia, ganada por mesnadas de rebeldes dinamizados por islamistas y arropados desde el aire por la OTAN –algo inimaginable hace muy poco tiempo – ofrece mucho juego a quienes quieran aplicar con impaciencia a la política sus retrógradas ideas barnizadas de creencias religiosas.

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