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Una retirada a destiempo es una derrota

La decisión de recortar las tropas de Brown tiene sobre todo pinceladas de oportunismo político. Tras informar que no convocaba elecciones generales anticipadas como había augurado, lanzó la noticia de Irak, esperando una positiva repercusión política

A Gordon Brown nunca le entusiasmó Irak. Tras ser nombrado primer ministro introdujo en su gabinete a figuras críticas con la política de Washington y su guerra en Irak. Más tarde, a principios de septiembre, las tropas británicas se retiraron de su base en el centro de la ciudad de Basora para entregársela a las autoridades iraquíes. Según el Gobierno británico, era una operación planeada con antelación y supervisada, y el propio Brown aseguró que el número de efectivos británicos en Irak se mantendría. Nadie debía de creerle porque ya entonces se rumoreaba que un 10% de soldados volverían pronto a casa.

A principios de octubre Brown anunció durante una visita sorpresa a Irak que el recorte no sería del 10% sino del 20%, lo que cabreó soberanamente a los parlamentarios británicos, no por la retirada en sí, sino por no haber esperado a comparecer ante el Parlamento para hacer la declaración. Y es que a los británicos poco o nada les importa lo que pasa en Irak.

Unos días después, ya delante de los parlamentarios británicos, anunció que en la primavera de 2008 la presencia militar de su país en Irak se reduciría escalonadamente hasta quedar en menos de la mitad de la que hay hoy en día. Dice Brown que la decisión se ha tomado tras las recomendaciones de los mandos militares en el terreno, que aseguran que las fuerzas iraquíes están en posición de asumir las responsabilidades de seguridad para casi la totalidad de la región. Pero no todos los efectivos iraquíes han recibido el entrenamiento necesario, ni la corrupción de la policía ha desaparecido de un plumazo, ni lo ha hecho la violencia, ni se ha reducido la importancia estratégica de la provincia desde la que se exporta el petróleo iraquí. Hay que seguir trabajando.

La maniobra tiene poco que ver con lo que pasa en Irak. Brown ha demostrado que no ve ninguna conexión entre la amenaza de Al-Qaeda en Irak y los posibles atentados terroristas en suelo británico. Todo lo contrario: desde su punto de vista el terrorismo islamista es una consecuencia lógica de las decisiones de política exterior que tomaron anteriores gobiernos británicos, de su participación en la guerra de Irak y de su islamofobia.

La decisión de recortar las tropas de Brown tiene sobre todo pinceladas de oportunismo político. Tras informar que no convocaba elecciones generales anticipadas como había augurado, lanzó la noticia de Irak, esperando una positiva repercusión política en el Reino Unido. También ha querido compensar la polémica que se ha desatado en su país por los recortes presupuestarios de las Fuerzas Armadas y la petición de algunos militares británicos que habían propuesto aligerar la carga en Irak para desviar más recursos a Afganistán. Queda bastante claro que a casi nadie en las islas británicas le interesa Irak.

Pero Brown debe hacer algún guiño a su principal aliado. Pensando en Estados Unidos, Brown ha hecho una llamada a Irán y a Siria para que cesen su apoyo a los terroristas y grupos armados que operan en Irak. Además, ha planteado la entrega del control de la provincia de Basora en dos etapas. La segunda fase, ha dicho el primer ministro, dependerá de las condiciones sobre el terreno y de la opinión de los mandos militares, y en todo caso no será una retirada total, pues quedarán 2.500 efectivos realizando tareas de supervisión. Así quiere demostrar a Washington que no ha dejado de ser un principal aliado en la zona. Sin embargo, pocos se fían ya del cauteloso y blando Gordon Brown.

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