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Una tregua hacia ninguna parte

El Primer Ministro palestino, Ahmed Qurea, ha concentrado sus energías políticas en establecer un alto el fuego entre todas las organizaciones palestinas, que se presenta como una exigencia para el Gobierno de Israel. Cuando la "Hoja de Ruta" parece estancada, por la negativa de Arafat a ceder sus competencias en materia de seguridad al Primer Ministro y por la escasa voluntad de la Autoridad Palestina en combatir a las organizaciones terroristas, surge esta iniciativa aparentemente dirigida a reavivar el proceso de paz, pero no es verdad.
 
El alto el fuego palestino tiene como objetivo, en primer lugar, ganar una baza diplomática y de imagen. Ellos estarían dispuestos a hacer sacrificios por la paz, mientras los israelíes se aferrarían a su política de sistemática persecución y de asesinatos selectivos.
 
En segundo lugar, intenta ocultar el frenazo que Arafat ha impuesto al proceso de renovación política, de democratización, que está en el fundamento de la "Hoja de Ruta". Hizo imposible el gobierno encabezado por Mahmud Abbás y el coronel Dahlán, en quien tanto europeos como norteamericanos e israelíes confiaban, para colocar en su lugar a un fiel peón que preservará el control de Arafat sobre los servicios de seguridad y sobre el dinero.
 
En tercer lugar, un alto el fuego beneficia más al débil que al fuerte, porque limita el impacto de las acciones sobre su estructura y permite un respiro y reorganización de las fuerzas, algo que los españoles conocemos bien por experiencia propia. Las constantes acciones israelíes sobre los dirigentes locales de Hamas han tenido un efecto muy positivo, lo que ayuda a explicar la disposición de los islamistas palestinos a un acuerdo de este tipo.
 
Si el Gobierno de Sharon hubiera cometido el error de aceptar esta propuesta sólo hubiera logrado salvar la cara de Arafat ante la comunidad internacional y dar a Hamas una oportunidad para reagruparse.
 
El proceso de paz requiere que la Autoridad Palestina se democratice, que Arafat quede definitivamente apartado de sus responsabilidades en el control de los servicios de seguridad y que políticos realmente comprometidos con la paz inicien un combate definitivo contra las organizaciones terroristas, las que están bajo el mando protector de Arafat, política y financieramente, y las que no.
 
Hamas tiene que optar ya entre convertirse en una fuerza política que acepta la existencia del Estado de Israel o mantenerse en el ámbito del terrorismo. En el segundo de los casos corresponderá a los propios palestinos su combate. No hay posibilidad de un acuerdo de paz con un gobierno que no asuma la lucha contra estas organizaciones.
 
Sólo cuando Hamas, los Mártires de Al-Aqsa, Tanzim, la Yihad Islámica, etc. estén dispuestos a abandonar las armas y acepten la existencia del Estado de Israel tendrá sentido un alto el fuego israelí, antesala de un pleno control de la Autoridad Palestina sobre los asuntos de seguridad en su propio territorio.
 

Mientras tanto, cuantos menos respiros se conceda al enemigo, más daño se le podrá causar. Ahora bien, según pasa el tiempo, la sociedad israelí se va haciendo a la idea de que la esperanza en un acuerdo de paz no se hará realidad, al carecer de un interlocutor viable, con voluntad y con capacidad para hablar en nombre de los palestinos e imponer las condiciones de un hipotético pacto. La construcción del "Muro" es el testimonio de este fracaso.

GEES: Grupo de Estudios Estratégicos.

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